ENTREVISTA CON RAY LORIGA EN EL NÚMERO DE OCTUBRE DE NEO2 DE (YA EN LOS KIOSCOS)
Desde que Ray Loriga publicara, hace ya más de 15 años, su primera novela, “Lo peor de todo”, se han venido escribiendo y leyendo todo tipo de comentarios acerca de un escritor que no dejaba indiferente a nadie. Para muchos lectores y críticos, Loriga fue un soplo de aire fresco necesario: un escritor fantástico, con imágenes brillantes y diálogos rápidos, precisos, de guión de cine. Para otros, Ray era poco menos que un fraude, incapaz de hilar un discurso cohesionado, un escritor de frases sueltas, sin sentido.
Sin embargo, parece que incluso los fans de Loriga tenemos que reconocer que en su última novela, “Ya sólo habla de amor” (Alfaguara, 2008), hay una apatía insospechable, una especie de tedio difícil de asimilar en un escritor siempre lleno de vitalismo optimista o pesimista. “Ya solo habla de amor” es la historia de un escritor recién divorciado, que ha frecuentado muchas mujeres hermosas, tantas que ya ha llegado un momento en el que prefiere enamorarse de un fantasma que sobrevuela el relato, guarda tantas similitudes con la propia vida privada del escritor que el llamado “pacto de ficción” se rompe continuamente: uno no sabe nunca qué es propio del personaje y qué es propio del escritor. Eso es terrible para la novela.
Por supuesto, hay grandes momentos. Ray Loriga es un escritor muy bueno cuando se olvida de sus “obligaciones”. Probablemente, el mejor en muchos años. Los diálogos de Sebastián, el escritor perdido, sin ideas ni fuerzas, con Christian, un guapo muchacho suizo, deportista, rico, amante aún de mujeres de carne y hueso, tienen momentos de una brillantez brutal. No sólo en la forma –rápidos, ágiles, divertidos…- sino en lo que muestran: la vida del observador frente a la del participante. Un dilema presente en la vida de todo escritor. De todo lector, incluso.
A los 41 años, Loriga ve re-editada toda su obra por una de las más importantes editoriales españolas. Es algo insólito y debería darle cierta confianza que parece perdida. Ahora mismo, recuerda a uno de esos escritores que se miran las manos, que planifican en vez de dejarse llevar. Un escribidor. El encanto de Loriga consistía precisamente en lo inesperado y eso no debe perderlo. Pero tiene mucho, mucho tiempo por delante. Demasiado como para que el apetito y la pasión no vuelvan. Merece la pena esperar. Texto: Iratxe Añorga
24 de septiembre de 2008 a las 22:45
buenísimo, me voy directo a buscarmela
24 de septiembre de 2008 a las 10:33
Oooooh, qué historia más bonita… Me gusta cómo lo cuentas. Lo mismo te conviertes en un nuevo Ray Loriga!
23 de septiembre de 2008 a las 19:59
Le cock, Madrid. Una noche de un verano cualquiera. Un grupo de amigos entran en esta famosa cocktelería Madrileña. Justo a la entrada el puerta les recuerda que no se puede entrar con pantalones cortos ni con sandalias, pero que por esta vez hará una excepción. La cocktelería se encuentra semi vacía, con sus pareces forradas de cuadros y de gallos, algunos de artistas muy conocidos. El local tiene un toque inevitablemente británico. Uno de estos locales con “solera” que huelen un toque a pijo rancio pero que eso mismo le da un gran encanto. El grupo de amigos se sitúa en una mesa al fondo del local. Y después de pedir una piña colada, un cosmopolitan y un par de gin tonics observan a un señor que se encuentra solo en una mesa justo en medio del bar. Se le ve inquieto, pero a la vez relajado. ¿Estará esperando a alguien? El señor con aspecto de joven se recoge el pelo una y otra vez en una coleta que hace y deshace, casi como un gesto automático o un tick nervioso. Fuma incansable, y toma notas en un pequeño cuadernillo con también bastante solera, de esos que se quedan bonitos de tanto uso que le dan con las tapas de piel. Se termina su cocktail y pide otro. El joven con aspecto de mayor, o mayor con aspecto de joven parece impaciente. En sus brazos se pueden ver mientras que se recoge una vez más el pelo un par de tatuajes. Él va vestido con una camiseta de tirantes blanca y unos vaqueros rotos. Fuma otra vez. Uno de los chicos que lo lleva observando imnotizado desde hace rato mientras los otros discuten dice: – Ese es el Ray Loriga, verdad? -Ah, si, es un director de cine, verdad? -no, es un escritor…