Suena Im Abendrot, de Richard Strauss. Lula y Sailor (unos magníficos Laura Dern y Nicholas Cage) se abrazan y se miran a los ojos, de fondo vemos una hermosa puesta de sol en los campos de Texas.
Han pasado treinta años desde que esta soberbia secuencia de Wild at Heart se quedó grabada en las memorias de parte de sus espectadores primeros. Treinta años desde que esta película ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes al mismo tiempo que fue abucheada. Treinta años desde que, después de la maravillosa Blue Velvet (1986) y del arranque de Twin Peaks (1990), David Lynch volvió a revolucionar el cine fantástico y de terror. El pasado lunes 17 de agosto, se cumplieron tres décadas de su estreno en los cines de Estados Unidos. Y, claro, como suele pasar en estos casos, hubo espectadores que recordaron la efeméride.
The Guardian le dedicó un interesante artículo, y hubo gente que en redes compartió imágenes, tuits y posts en su recuerdo. A veces este tipo de conmemoraciones me generan cierta desconfianza, pero a menudo también me ilusiona ver reivindicar algunas películas (yo misma lo hago, a todos nos gusta recordar lo que nos gusta), y este fue el caso de Wild at Heart. Celebro que se hable de ella, si es que eso significa que suscita interés en el presente, que el tiempo la ha puesto en su lugar, no un recuerdo nostálgico, fútil y pesado. Pues como suele pasar con este tipo de películas rompedoras, arriesgadas, imprevisibles, en su momento provocó opiniones encontradas (lo cual me parece bien, más si eso genera debate) y pasó por múltiples adversidades. De hecho, todavía no está disponible en plataformas (desconozco los motivos actuales), y tengo la sensación de que para parte del público y de la crítica sigue siendo una película menor u olvidable en la filmografía de Lynch. Ojalá que esté equivocada, y que parte de sus detractores de entonces le hayan concedido al menos otra oportunidad. Pues a mi parecer, se trata de una película inmensa, tanto en la carrera de Lynch como en el cine de género.
Wild at Heart es una película transgresora, insólita y sorprendente porque Lynch se atrevió a salirse de los códigos del cine fantástico y de terror para crear algo nuevo y personal, a mezclar distintos géneros y tonos, a homenajear y a la vez cuestionar las influencias en las que se inspiró, y sin tratar de ocultarlas.
Se arriesgó a utilizar y recrear esas referencias culturales (muchas explícitas, como la de El mago de Oz, y otras más veladas) para filmar su propia película, su propia “road movie”, su propio cuento de sueños y pesadillas, su retrato del revés del sueño americano.
En Wild at Heart no hay miedo al rechazo, sino un deseo de contar una historia de manera libre, de filmar (y por lo tanto de transformar) su visión del mundo y de La historia de Sailor y Lula, la novela de Barry Gifford en la que se basa. Y a mi parecer, lo consiguió. Lynch filmó una película ambigua, dura, descarnada y emocionante. Ya solo en esa sencilla y conmovedora secuencia que describía al principio está toda la belleza, toda la tragedia, toda la fuerza que hay en la película y en sus personajes. Ya solo por secuencias como esa merece la pena volver a ella, reivindicarla una y otra vez.