Que una obra situada al lado de un cuadro de Gerhard Richter consiga, no eclipsar, pero sí hacerle un poco de sombra es bastante inusual como para ser mencionado. Eso es exactamente lo que ocurre en la exposición ““la Caixa” Collection of Contemporary Art”, primera entrega de una serie de cuatro que la prestigiosa Whitechapel Gallery de Londres le dedica a la colección del banco catalán. En cada una de las cuatro exposiciones programadas a lo largo del 2019, un escritor de renombre se encargará de imaginar una exposición ofreciendo una selección de obras provenientes de la colección. El encargado de empezar es Enrique Vila-Matas, una elección tan obvia -por su relación con el arte contemporáneo, en libros como Kassel no invita a la lógica o Marienbad eléctrico, y su pasión por los juegos, ya sean literarios como reales- como acertada.
Imagen superior: Dora García. La lección respiratoria (The Breathing Lesson), 2001. DVD (colour, sound) 16 mins. Courtesy of the artist.
Vila-Matas autor de El Mal de Montano propone un recorrido tan corto y recogido -unicamente dos salas y un total de seis obras- como intenso y prestigioso. Su “Cabinet d’amateur” (así titula él su exposición aunque no aparece ese nombre en la web de la Whitechappel) se presenta como “el esqueleto de esa biografía literaria” de Vila-Matas llena de referencias a sus libros, de influencias escondidas y de experiencias que han marcado su trayectoria literaria. En mi caso, había venido a hablar de esta exposición, como dice el otro. Y eso haré, rápidamente. Porque de lo que realmente quiero hablar es de “Petite”, la instalación de Dominique Gonzalez-Foerster que destaca y fascina al espectador y que justifica ella sola la muestra entera. Al entrar en la primera sala, el visitante puede disfrutar de un video de Dora García, una pintura de Miquel Barceló y una fotografía digital de Andreas Gursky. Todas ellas interesantes pero muy en la linea -ya conocida- de dichos artistas. Más sorprendente resulta la fotografía de Carlos Pazos, reliquia teatralizada de una época y una actitud de la Barcelona de los 70-80. Y luego está “I.G.” de Gerhard Richter, siempre magnífico, profundo, sutil, lleno de una poesía triste y una nostalgia desdibujada que invita a la intimidad y a la inteligencia. Nada que decir, nada que añadir sobre esta maravilla que no se haya dicho ya.
Dominique González-Foerster. Petite , 2001. Video instalación. Courtesy ADAGP, Paris and DACS, London 2018
En el texto del -magnífico- catálogo, Vila-Matas admite que el retrato que Richter hace de su (ahora ex) mujer actúa como “el secreto eje de pivote alrededor del cual orbitó la exposición”. Y ciertamente ese maravilloso oleo sobre tela, esa “reflexión sobre la naturaleza del arte de la pintura” resuena perfectamente con las “reflexiones sobre el hecho literario” que siempre son los libros de Vila-Matas. Sin embargo, yo creo que el verdadero eje de la exposición es la obra de Gonzalez-Foerster. Primero por la influencia mutua que siempre ha habido entre los dos artistas. Segundo por la posición de la obra, situada sola en la segunda sala de la muestra, como un reflejo, una respuesta, un complemento ineludible a las otras cinco piezas. Y tercero, y más importante, por la magia fantasmagórica, la belleza espectral y las infinitas interpretaciones que desprende la instalación ahondando en esa novela oblicua, ese esqueleto de relato, esa ambigüedad de la experiencia, esas historias secretas y misteriosas que resuenan en las obras y que son, al fin y al cabo, el corazón de la exposición que ha comisariado el escritor.
Andreas Gursky. Theben, West, 1993. Courtesy Sprüth Magers Berlin London/ DACS 2018
Y es que “Petite” se presenta como una especie de cuarto acristalado, al que no puede acceder el espectador, en el que se encuentra, a modo de proyección en la pared del fondo, la extraña figura sentada de una niña pelirroja, mitad personaje de cómic mitad presencia espectral. La habitación está extrañamente vacía – exceptuando una superficie baja en la que hay una lampara encendida- y tiene una puerta que, deducimos, no da a ninguna parte. La proyección, difuminada y abstracta -pensamos en los cuadros de Richter- deja entrever unos paisajes urbanos abandonados, unas vistas del campo y sobretodo unas sombras inquietantes que van apareciendo y desapareciendo, como recuerdos imborrables o fantasías pegadizas. Todo ello acompañado de un sonido de música clásica cuyo ritmos y silencios parecen ser la sintaxis recóndita de la historia que se despliega ante nuestros ojos.
Carlos Pazos. Milonga. 1980. © Carlos Pazos, A+V Agencia de Creadores Visuales, 2019
Porque sí, es difícil no imaginar una historia al descubrir estas formas, este juego entre la intimidad de la habitación transparente y un exterior que no sabemos exactamente dónde se sitúa. Es difícil no dejarse llevar por la magnífica poesía de estas vidas esquivas que nos recuerdan el mundo real, por esos dobles imaginarios con los que siempre vivimos secretamente, por ese hipnótico personaje de niña que parece no estar haciendo nada pero que nos mira, fijamente, como para recordarnos que la vida pasa a menudo así, sin comprenderla del todo, como figuras nubladas que no conseguimos agarrar y que, sin embargo, siempre están alrededor nuestro.
Gerhard Richter. I.G. (790-3), 1993. Courtesy of the artist
Y al despedirnos de esta obra maravillosa nos preguntamos qué es lo que hay detrás de esa puerta paradójica e inalcanzable.