Concluía Gaspar Noé en la demoledora “Irreversible” (2000) que “el tiempo lo destruye todo”. Pero, si él optaba por la inversión cronológica y a contrarreloj de la acción en el relato para ilustrar la futilidad de cada segundo de la existencia humana y su supeditación a un azar que escapa a su dominio, Miranda July opta por detenerlo, congelarlo, situando la pausa en El Momento, el instante decisivo en el que, como el personaje de Hamish Linklater afirma en una escena de la película, “la bola de fuego ya ha colisionado contra el edificio, pero éste sigue en pie fugazmente, justo antes de derrumbarse”. Un punto de inflexión que, desde la mirada romántica de la directora, sólo puede concebirse como relativa al contexto amoroso: un surtidor del que, en su pugna por escapar a la unidireccionalidad del destino, emanan infinitas ramificaciones sobre las que imaginar infinitos universos paralelos de aquello que pudo haber sido, pero no fue. Y no puede ser otro que la ruptura, el decir adiós, El Momento que vertebre la narración de July, del mismo modo que vertebra, al menos durante algún tiempo, el imaginario interno de los incontables y anónimos corazones que son rotos en el mundo cada día. Un punto de no-retorno que adquiere dimensiones irreparables, hasta el punto de despertar el deseo de ser borrado con la eficacia de un “Delete” y que la física cuántica sea una realidad irrefutable; un paso en falso y su consecuencia inmediata, el desamor, sobre el que han reflexionado artistas tan dispares como Paolo Giordano (“La soledad de los números primos”) o Jean Eustache, en su tesis de que la esencia ontológica del hombre, su identidad, se define a partir de la persona amada (“La mamain et la putain”), por citar sólo dos ejemplos en el vastísimo repertorio que este tema ha suscitado a lo largo de la Historia. Un legado cuyo testigo recoge, en su versión de feminidad posmoderna, la delicada mirada de Miranda July.
Así, “The Future” (o thefuturethefuture, tal como reza la web de la película, en una alusión implícita a la fugacidad del instante, según la cual el futuro más inmediato deja de serlo antes de que podamos aprehenderlo) se hace eco de estas reflexiones desde una perspectiva amable, emotiva pero no derrotista, perfectamente orquestada a modo de narración “gatuna” en off desde la vocecilla rasgada de Miranda, cuyas piernecitas enclenques y su cuerpecillo escurridizo se pasean a lo largo del film como la encarnación perfecta de la fragilidad de las relaciones amorosas y de las almas que en ellas se ponen en jaque. Un universo simbólico y una puesta en escena de placentera melancolía pop (esa dulzura cromática y armónicos encuadres a lo Wes Anderson) que no marginan la irónica perspicacia que ya apuntaba su ópera prima (“Tú, yo y todos los demás”) y los arrebatos surrealistas que evidencian su background como artista conceptual a través de la performance y de la búsqueda de nuevos canales de expresión y creación. Una óptica deliciosamente “outsider” y tiernamente cómica para dos grandes temas universales, el amor y el paso del tiempo, que confluyen aquí con la inherencia de padre e hijo. For everyone who has loved and lost.
“El Futuro” se estrena en cines el próximo 16 de diciembre