The Dragon Bar 1998-2008: Un viaje a la cuna del arte urbano
La publicación The Dragon Bar 1998-2008 creada por James-Lee Duffy y Josh Jones, rescata del olvido la historia de un pub fundamental en la génesis del ‘street art’.
Imagen superior: © Insa
The Dragon Bar ubicado en el centro de Hoxton, Londres, fue testigo del surgimiento y la evolución de figuras que hoy son referentes del arte urbano a nivel mundial, como Banksy, Faile, Invader, ELK, Mode 2, Eine y muchos otros.
Conversamos con James-Lee Duffy y Josh Jones, fundadores del conocido fanzine artístico Pavement Licker, antiguos clientes del bar y autores del libro, para saber más sobre origen del proyecto, el proceso de recolección de fotos, historias y anécdotas, y comentar el resultado final: un retrato de una barra y punto de encuentro vital para una generación que redefinió la escena artística global.
© Aiko
En la década de 1990, Hoxton era un lugar muy distinto al que es hoy en día. El barrio londinense, que posteriormente albergaría galerías de arte como White Cube, era por entonces un lugar desolado, lleno de clubes de striptease, coches quemados y almacenes abandonados. Cualquier pub de la zona tenía más posibilidades de convertirse en un abrevadero para taxistas y mensajeros de camino a la City que de marcar época en la escena artística. Pero a veces las cosas no siguen el guión establecido.
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Al igual que la generación perdida de París encontró su refugio en el Café de Flore, la Beat Generation en The White Horse Tavern y los punks neoyorquinos hicieron suyo el CBGB, es difícil explicar la génesis del arte urbano londinense de los noventa sin hacer escala en The Dragon Bar. Con sus muros de ladrillo ennegrecido, las ventanas llenas de pegatinas y sus baños grafiteados, este antro de Old Street se convirtió en el paradigma de la modernidad industrial de los noughties y en el hogar adoptivo de una generación de artistas urbanos que cambiaría el panorama artístico global.
© Dek
Fundado por Justin Piggott y administrado por Adi Hall, este pub atípico, que combinaba fiestas improvisadas en los bajos, sesiones de breakdance en el patio y exposiciones en los pisos superiores, se transformó en el área de juegos de una serie de artistas que revolucionarían el arte urbano. Entre ellos, Banksy, que organizó allí su primer show en Londres, y el conocido artista francés Invader -a quien entrevisté recientemente para Neo2– que pegó uno de sus primeros Space Invaders en el exterior.
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En 2008, tras diez años de actividad y siendo ya una sombra de lo que había sido en sus buenos tiempos, el pub sufrió un incendio y cerró finalmente sus puertas, sumergiéndose lentamente en el olvido a medida que el barrio continuaba su transformación hacia el parque temático que es hoy en día. Y probablemente en el olvido se habría quedado de no ser por la pandemia y una conversación fortuita.
Durante los primeros días del primer confinamiento británico, el artista gráfico James-Lee Duffy y el escritor Josh Jones, fundadores del conocido fanzine artístico Pavement Licker, conversaban por teléfono sobre algunos de sus múltiples proyectos conjuntos. Durante la conversación, James mencionó casualmente el Dragon Bar y les surgió la duda de si había algo publicado sobre él. “Revisamos y nos sorprendió que no había nada relevante escrito sobre el bar. Ni siquiera un artículo, mucho menos un libro. Así que decidimos que si alguien tenía que hacerlo, éramos nosotros”. Dicho y hecho: inmediatamente se pusieron manos a la obra.
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¿Cómo fue reunir todas las contribuciones? ¿Cómo se juntan y seleccionan las piezas de un libro como este?, les pregunto curioso.
“Comenzamos hablando con personas que solían frecuentar y exhibir en el bar,” dice Josh. “Una vez que Justin, el dueño del bar y quien lo convirtió en lo que era, nos dio su aprobación, se corrió la voz y muchos de los de aquellos tiempos se ofrecieron para ayudar. Transcribimos decenas de miles de palabras de entrevistas y revisamos miles de fotos que la gente nos envió, tratando de capturar la esencia del bar y su impacto en un libro”. Un proceso meticuloso que se prolongó durante cuatro largos años.
Yo mismo -les comento- he intentado sin éxito encontrar alguna prueba de mi paso por el pub en sus últimos años y me ha llevado un buen rato revisar mis fotos. ¡Revisar los archivos de tanta gente tiene que haber sido un proceso extenuante!
“Tuvimos mucha suerte. Dado que el mundo estaba cerrado y muchas personas, especialmente los artistas, tenían mucho tiempo libre, pudieron revisar sus archivos y escanear sus fotos. Como el bar estuvo abierto desde 1998 hasta 2008, casi nadie tenía teléfonos móviles con cámara. De hecho, en las 300 páginas del libro, solo hay una foto en la que alguien sale con un móvil, ¡y es Justin, el dueño, llevando una máscara de cuero! ¡Quién sabe a quién estará llamando y de qué estará hablando!”.
© Sara Shamsavari
Efectivamente, las 300 páginas del libro recogen materiales de múltiples fuentes y procedencias -los dueños, el personal, los clientes- pero, para el aficionado al arte urbano, destaca sin duda la participación de artistas como Banksy, Faile, INVADER, ELK, Mode 2, EINE, Lucie Flynn, CEPT, Sweet Toof, AIKO y James Jessop. Un rosario de colaboraciones que haría palidecer cualquier proyecto editorial. James y Josh tienen un currículum artístico envidiable, pero aun así, debe haber sido difícil reunir a todas estas estrellas.
© James Jessop
¿Cómo conseguisteis que nombres como Banksy participaran?, pregunto, consciente del carácter esquivo del artista.
“Una vez que Justin nos dio su bendición —y una caja gigante de fotos— todos estuvieron encantados de participar. El Dragon Bar fue una parte muy importante de sus vidas, así que estaban felices de que quedara documentado por personas que también solían frecuentarlo”, afirman restándole importancia.
© Lee Duffy
James y Josh hacen constantemente mención a la comunidad; el libro aspira a ser una historia oral, humana, donde las personas están en el centro del relato. Pero, ¿qué significó para vosotros el local?, le pregunto a Josh.
“James vivía en Hackney y fue el primero en ir al bar. Me enseñó el local y fue mucho más que yo. Pero cuando conseguí un trabajo ocasional en una famosa imprenta a la vuelta de la esquina, empecé a ir allí a la hora de comer y después del trabajo. De hecho, planeamos los primeros números de Pavement Licker en los sofás de cuero del Dragon”.
“El bar”, comenta Josh, “fue un lugar desde el cual pudimos observar la transformación del barrio, pero también en cierto modo uno de los causantes de la propia transformación. Tanto James como yo fuimos testigos de cómo Shoreditch pasó de ser un lugar deprimente y arruinado a la pesadilla supergentrificada que es hoy en día.”
“El Dragon Bar fue una de las razones (junto con su clientela) por las cuales la zona se volvió atractiva de repente” – reflexiona -. “Es algo que sucede en todas partes: los artistas encuentran una zona barata, la convierten en un lugar de moda, llega el dinero, se van los artistas, muere la imaginación y los ‘hombres de negocios’ lo arruinan”. Gentrificación, en pocas palabras.
© Justin Piggott
Lo que queda claro -comento a la vista de los colaboradores,-, es que The Dragon Bar fue un punto de encuentro para algunos de los nombres más conocidos de la escena artística londinense.
“Se podría decir que fue el comienzo del movimiento street art. Por supuesto que había otra gente haciendo cosas semejantes en España, en LA o en otros lugares, pero no había una concentración tan grande de gente experimentando y haciendo cosas nuevas. Algunos estaban desarrollando su graffiti, otros estaban haciendo algo completamente nuevo”, corrobora Josh.
“El Dragon Bar era un verdadero crisol de arte experimental y las personas que iban allí tenían la libertad de hacer lo que quisiesen. No olvides que no era solo un bar. El sótano y la planta baja eran para beber y montar fiestas, luego el primer piso era un espacio de galería, después Justin cedió el piso de arriba a los artistas como estudios y en la parte superior tenía un apartamento. Así que era un verdadero hervidero de actividad las 24 horas del día”.
© Justin Piggott
Ocupado por los grafiteros en los primeros días -el conocido artista Ben EINE fue camarero allí, cuenta Josh-, y con un muro en la trasera donde pintar, el Dragon Bar era el sitio perfecto para que se gestasen nuevas ideas. Un sitio donde “la gente haciendo urban art tenía el tiempo, el espacio y la libertad para probar cosas nuevas”.
Los dueños Justin y Adi, comenta Josh, “merecen todo el reconocimiento, ya que permitieron que la gente hiciera suyo el espacio, además tenían un espacio de galería en el piso de arriba que cedieron de forma gratuita para que la gente pudiera montar exposiciones, organizar una fiesta de inauguración en condiciones y vender su arte sin tener que pagar una gran comisión como pasa en la mayoría de las galerías”.
© Justin Piggott
Tal acumulación de locuras y nombres propios durante una década da para muchas anécdotas. El libro está lleno de historias humanas, de historia oral, “desde el fallido espectáculo de fuegos artificiales organizado por Justin, el dueño, Ben Eine y Jake Chapman, que casi prende fuego al local y dejó quemaduras al dueño, hasta el día en que se quemó todo el edificio”. Pero no solo recoge historias de fiesta, también se habla de las exposiciones: “Banksy haciendo su primera exhibición en una galería en Londres allí (el original Santa’s Ghetto), Bäst y Faile haciendo sus primeras exhibiciones en el Reino Unido, Mode 2 pintando todo el espacio de la galería de rosa para su exhibición… hay muchas”. “Compra el libro y consigue las mejores historias!”, bromea Josh en plan comercial.
© Mimic
Hablando de negocios, comentamos el por qué de autopublicar un libro como este. Para Josh, la decisión era evidente:
“Aparte de la distribución, ¿qué más te ofrece un gran editor? Yo he estado editando revistas y libros los últimos 20 años – Josh está detrás de Huck, Marvin, Sandwich además de Pavement Licker, entre otras publicaciones- y James es un increíble diseñador y director de arte, y ha trabajado en edición e imprenta desde antes del Adobe. Por supuesto, podrían habernos ofrecido un buen avance, pero no hay manera de que le dejásemos el control creativo a gente que sabe menos del tema que nosotros mismos”.
Se trata también -apunta Josh- de una cuestión de respeto y confianza:
“Sentimos muy claramente que teníamos que autopublicar ya que nuestros amigos y contactos nos confiaron sus historias, recuerdos y fotos. Una editorial habría pedido el copyright de todo eso. La gente confía en nosotros porque han visto lo que hacemos con Pavement Licker y no queríamos cambiarlo. Además, autopublicar parecía fiel a la ética del bar”, afirma convencido.
© Mimic
Una vez más, el respeto por una comunidad que es, a su vez, el pilar central del libro.
“Tuvimos una fiesta de presentación el 14 de noviembre de 2023 para los amigos y la familia del bar. Elegimos la fecha porque hacía 25 años desde que abrieron sus puertas. Además, nuestro buen amigo Pure Evil, otro cliente del bar, nos dejó usar su galería que está al lado de donde estaba el Dragon Bar. Fue una noche increíble de viejos amigos juntándose y volviendo a conectar. Parte del equipo estaba llorando mientras leían el libro porque les traía tantos recuerdos de vuelta”, recuerda nostálgico.
The Dragon Bar dejó sin duda un legado en el arte urbano. Josh insiste en el factor humano, en los recuerdos, y destaca una vez más la libertad del local como su rasgo definitorio. “
Justin y Adi, que llevaban el bar, querían un sitio con libertad. Cuando lees el libro ves eso grabado en las caras de todos. Eran libres para ser y hacer. Y creo que eso es lo que lo hacía tan bueno. Podrías ir ahí por tu cuenta, conocer gente como tú, taguear los baños, emborracharte hasta las trancas y sentirte bien contigo mismo”.
© Peter Williams
Con tanto hablar del pasado, resulta sencillo olvidar en qué se ha convertido Hoxton y, en general, cuánto ha cambiado Londres desde entonces. Josh y James son dos pesos pesados de la escena artística londinense. Decido preguntarles si creen que hay algún lugar tan “edgy” como el Dragon Bar era en su día.
“¡Por supuesto que hay zonas edgy en Londres!”, responde Josh antes de matizar, “pero si pensamos en el hecho de que Shoreditch y Old Street estaban tan en el centro de la ciudad, pegados a uno de los mayores centros financieros del mundo y a la vez totalmente abandonados… no creo que volvamos a ver algo así de nuevo.”
“Pero si te vas un poco más lejos encontrarás grupos de creativos viviendo en áreas más alejadas y haciendo sus cosas. Probablemente lo más cercano que puedes encontrar ahora es Harlesden en Zona 2. Échale un ojo a la Harlesden High Street Gallery”, me recomienda.
© Sam Martin
Historia oral, colección de anécdotas, álbum de fotos: “The Dragon Bar 1998-2008” tiene un poco de todo esto, pero al tiempo evita caer en el tópico de “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Josh está convencido de que, pese a los cambios de la ciudad en las últimas décadas, seguirán surgiendo lugares como el Dragon Bar.
“Seguirá pasando. Hay suficientes sitios -sobre todo pequeños- que continuarán apostando por el arte outsider. Como movimiento será imposible apartar o mantener apartado el street art. Todo lo que necesitas es una idea y algo de tinta o una impresora y un engrudo potente. Mientras haya noche, habrá gente ahí fuera poniendo su arte en los muros”. Esperemos que no se equivoque.
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