Un siglo desde que la ominosa Ley Seca entró en vigor en Estados Unidos. Aquel infructuoso intento por contener lo incontenible llega a nuestros días convertido en mito asimilado. Y en plena pandemia un nuevo bar desafía las circunstancias en Madrid y con la temática de la prohibición se hace llamar speakeasy Bad Company 1920. Entramos, bebimos y os lo contamos.
Si en algo la cosa, ESTA cosa, se parece a los violentos años veinte del pasado es en la dificultad por salir a flote. Abrir algo en estos tiempos, lo del “speakeasy” es una moda más (¿llegará un momento en que haya más speakeasies que bares normalitos?), tiene el valor de querer remar a contracorriente. Porque abrir cualquier negocio ya es heroico. Bad Company 1920 es un bar de cócteles que une a tres bartenders de Barcelona –Román Vilá, Yerai Monforte y Santi Ortiz– en un desembarco arriesgado que encaja en el buen estado de la coctelería de la capital.
Aclaración: en la Ley Seca se bebía fatal. Hay que decirlo más. Acordarse de ella está muy bien pero debería servir para recordar la mejora que vivimos. Todo lo demás es vestuario, música y nostalgia.
Imagen superior: Román Vilá ante del luminoso de Bar Company 1920.
Imagen superior: el continente de Bar Company 1920 es tan importante como el contenido.
Una puerta anónima junto al restaurante indio Surya, a espaldas de la Gran Vía. Un timbrazo, una mirilla comprada en el Rastro, una contraseña y la promesa de un bar (no) clandestino que espera escaleras abajo. El luminoso y el empapelado de la marca whiskera del tendero John Walker presagia que aquí no van tampoco descalzos. Queda la última puerta, una falsa pared forrada con la célebre ilustración Gin Lane de William Hogarth. Parece que saben jugar con los mitos. Se entreabre con dificultad y Bad Company 1920 ya suena a swing.
Imagen superior: Román Vilá y cóctel La Joya (vodka redestilado en caviar, vermut extra dry y perfume de Talisker).
En realidad estamos en la antigua coctelería de Surya, la que luego fue Easy Bolo. Apenas han tenido que tocar la estructura, tan solo adaptar la ambientación con detalles de la época, algo con lo que la gente seguro que conecta a poco que sea ducha en Boardwalk Empire o Peaky Blinders. Vender iconografía antes de vender bebidas.
Imagen superior: bajada hasta el bar y detalle de posavasos en la barra.
El menú del speakeasy Bad Company 1920 es también muy visual: un pliego que detalla los 18 cócteles más tres sin alcohol, distribuidos por bloques de sabor según un mapa orientativo. Los puntos cardinales están ordenados según los tragos son fuertes, amargos, carbónicos, especiados, cítricos, afrutados, cremosos, umami y dulces. Así cada cual puede identificar su gusto con un cóctel.
Imagen superior: preparación con sifón de Yerai Monforte y tablón de reglas de Bad Company 1920.
Como son recién llegados, la carta de Bad Company 1920 incluye además un apartado de bares recomendados: “Hemos sido los últimos en llegar y queremos caerle bien a todo el mundo. Así ayudamos a que la industria crezca”. Bien jugado.
Imagen superior: rincón del bar y cóctel El Cebiche (gin y cordial de pisco y leche de tigre).
Que también se pueda picar algo en el bar es un punto a favor. Hablamos de unos nachos, unas alitas de pollo en salsa bbq o unos perritos calientes (con homenaje incluido a Salmón Gurú). Hay cerveza y algún vino, y es que todo es más flexible de lo que parecía, una estrategia bastante comercial que equilibra la apuesta coctelera. La rentabilidad en este momento es esencial desde ya y los precios de los cócteles no parecen un disparate: 10 euros de media. Habida cuenta las primeras marcas –el botellero no es infinito pero lo que hay es de calidad– y la vocación homemade, sobre todo con cordiales y siropes caseros.
Los tragos del speakeasy Bad Company 1920 aportan parafernalia. Cada cóctel tiene su propio soporte de servicio con el que, de acuerdo con el relato del lugar, pasar desapercibido y engañar a la pasma. Una ostra (de El Taller de Piñero, por ejemplo), un cubo, un café, una urna de cristal, una biblia… Lo dicho, hay que vender y la diversión es el primer paso.
Imagen superior: cata en la barra de La Biblia y el bartender Román Vilá.
En nuestra primera visita a Bad Company probamos cuatro cócteles que compartimos:
Roca de Bosque. Una mezcla de tequila 1800 y mezcal 7 Misterios, el primero macerado en setas de temporada, en este caso portobello. Se añade licor Montenegro macerado con musgo auténtico, bien regado, más un mix de cítricos. Un trago inspirado en un Margarita servido en una piedra hueca. Dulce-ácido-ahumado-terroso según la carta. El regusto a hierba con el recuerdo a seta desconcierta. ¿Demasiado audaz para el respetable o un interesante gancho natural y gastronómico? Precio: 10 euros.
Imagen superior: Roca de Bosque y Milkshake (ron, kefir de coco, cordial de fresa y vainilla, espuma de choco y Disaronno).
La Biblia. Ron Santa Teresa 1796, maceración de Campari en frambuesas y palo cortado González Byass (15 años). Una versión del negroni sin vermut. Intentan mantener su estructura, y como el jerez no tiene el azúcar del vermut buscan en el ron un destilado más dulce que sustituya a la ginebra. Amargo-fuerte-dulce. Me pareció algo desequilibrado, tal vez necesite una revisión para conseguir el amargor deseable. Se presenta en una biblia que esconde una petaca. “La Biblia tiene todas las respuestas”, cuentan. Y es que la iglesia fue fundamental para el cerrojazo de la Ley Seca. Muchos políticos cercanos a sus postulados extendieron el mensaje del alcohol pecaminoso. Precio: 10 euros.
Imagen superior: presentación de La Biblia con Yerai Monforte.
The World Street Journal. Brugal 1888 de especias cajun, cordial de Monkey Shoulder y maíz más hidromiel de Ipa. Un cóctel muy sureño que fue el que más me convenció. El picor final suele atraparme. Dulce-ácido-especiado. Precio: 9 euros.
American Pie. Bourbon Bulleit con mantequilla de cacahuete clarificada, cordial de manzana golden y oloroso González Byass, clara de huevo, kéfir de leche, humo de canela. Un estereotipo americano como la mantequilla de cacahuete dentro de otro estereotipo, la tarta. Se presenta dentro de una campana a la que se le insufla el humo. Un postre líquido ideal para los que le guste el sabor ahumado y los efectos especiales en la barra. Precio: 9 euros.
Y sigue sonando neo-swing…
Bad Company 1920
Calle Tudescos, 4, Madrid
Tel. 618 86 98 87