Simon Fujiwara presenta su exposición Revolution en la Fundación Lafayette Anticipations de París. Hasta el 6 de enero de 2019
Simon Fujiwara suele trabajar creando complejas puestas en escena donde los elementos expositivos remiten tanto a huellas de una memoria colectiva y social como a elementos autobiográficos y mecanismos narrativos. Hace unos años por ejemplo, en una de sus primeras obras, titulada Hotel Munber (2010), el joven artista recreó el bar del hotel que sus padres regentaron en la Costa Brava en los años 70, en la época de la dictadura franquista. Una réplica fidedigna pero ligeramente transformada por la sutil presencia de objetos y pistas que reinterpretaban la vida de sus progenitores de manera homoerótica, en un desliz hermenéutico que jugaba con el deseo sexual y la opresión social reprimida en el contexto de la época.
En su primera exposición individual en Francia, Simon Fujiwara da un paso más al proponer una experiencia envolvente e interactiva que interpela al espectador, de manera compleja y provocadora, acerca del papel de la imagen, las redes sociales y la definición misma de la realidad en un mundo estructurado por las nuevas tecnologías, la constante visibilidad y la búsqueda de una imposible felicidad. De esta manera, “Revolution” cubre los casi 2000 m2 del nuevo edificio de Lafayette Anticipations, una fundación –perteneciente a las famosas galerías comerciales parisinas- recientemente estrenada y rehabilitada por Rem Koolhaas, con cuatro instalaciones de gran calibre, presentadas individualmente en cada piso, que invitan al visitante a sendas reflexiones sobre la manera en la que nos relacionamos con nuestra experiencia cotidiana y el almacenamiento de nuestros recuerdos.
La exposición se abre en la planta baja –la única accesible de manera gratuita- con Empathy I (2018), un video simulador idéntico a los que utilizan los parques de atracciones pero que en lugar de proponer un viaje por una realidad virtual idealizada o unos mundos construidos por ordenador, nos transporta a una realidad filmada, desdoblada, escenificada por usuarios anónimos de Internet, de Youtube principalmente –de donde están sacados los videos que forman la obra. Al sentarse en los asientos mecánicos, el visitante entra en la intimidad del apartamento de una desconocida, se sube a una moto que tiene un accidente, salta al mar desde un barco para sentir -literalmente- el contacto del agua o toma asiento en una silla para minusválidos. Nos transformamos entonces en el móvil, la GoPro, el drone, todos esos aparatos que almacenan los recuerdos de nuestras experiencias, en un vaivén que permite, casi al mismo tiempo, ver la realidad desde la distancia y vivir en primera persona el punto de vista de los protagonistas, en un formato POV que recuerda con algo de malestar la visión por excelencia de la pornografía.
Un viaje fascinante, saturado de momentos fuertes y placenteros, de contemplación y sustos, teñido de esa extraña nostalgia que nos inunda hoy ante esos instantes que nunca podremos vivir realmente, si no es a través de los ojos mecánicos de la cámara ajena. Una suerte de melancolía por algo que no hemos experimentado, también por las posibilidades infinitas que se presentan continuamente ante nosotros y que nos obligan a intentar vivir cada vez más intensamente, en un torbellino de situaciones que la multiplicación de imágenes pretende transformar en únicas y especiales. Grabarlo todo permite soñar con una recreación del instante perdido en una insensata idea de empatía, como reza el título, en la que lo visible se convertiría en lo verdaderamente experimentado.
Algo parecido a lo que encontramos en el segundo y tercer piso con la obra “The Happy Museum” y la serie “Joanne”. La primera se presenta como una especie de compendio de objetos contradictorios que el artista ha seleccionado en colaboración con su hermano, quién trabaja como “economista de la felicidad”, analizando datos sobre los factores del bienestar en nuestra sociedad que luego son utilizados por grandes empresas. Una idea puramente numérica y estadística del placer que Simon Fujiwara denuncia. La segunda presenta una serie de fotografías y un video de Joanne Salley, la antigua profesora de Fujiwara, que se vio obligada a dimitir cuando los tabloides publicaron fotos suyas no autorizadas.
Una reflexión sobre la intimidad, lo visible, el poder (y el peligro) de la imagen que encontramos también en “Likeness”, la última (y más perturbadora) propuesta de la exposición, producida especialmente para este espacio. Hasta el momento, el espectador había intuido las posibles derivas de un mundo de lo fake y lo superficial pero es al llegar al último piso del edificio, como si de una versión invertida del Infierno de Dante se tratara, donde realmente se confronta con la indecencia de la espectacularización extrema del dolor y la estetización del sufrimiento. En este piso descubre una reproducción de cera de la figura de Anna Frank –idéntica a la del museo de Madame Tussauds de Berlín- sentada en su escritorio, delante de su famoso diario, mirando al espectador con una ligera sonrisa. Un brazo mecánico, dotado de una cámara de alta definición, la graba continuamente de cerca en una intrusión indecente que ridiculiza nuestra constante necesidad de imágenes al tiempo que recuerda la imposibilidad de acceder totalmente a la realidad.
Y es que, en este caso, el público se encuentra separado de la figura de Frank por el vacío del patio interior en un juego de placas amovibles –el edificio está pensado para que los suelos se puedan mover y reestructurar en cada exposición- que el artista ha utilizado brillantemente. No podemos llegar donde está Anna Frank y lo único que nos queda es observarla sin cesar desde la lejanía con una mezcla de curiosidad malsana y de voyerismo estúpido que recuerda la deriva de los concursos de telerrealidad y las apariencias engañosas de las redes sociales.
En “Revolution”, Simon Fujiwara consigue plantear una visión equilibrada, meticulosa y fructífera de la imagen, lo visible y sus desafíos en un mundo cada vez más saturado de apariencias y de dispositivos de espectáculo. Con su propuesta envolvente, ambigua y crítica a la vez, el artista se divierte desdibujando los elementos y mecanismo que nos ayudan habitualmente a discernir lo falso de lo verdadero, lo real de la representación en un entorno en el que la realidad se presenta como algo inaccesible pero, al mismo tiempo, más visible que nunca.
Imágenes: Vista de la exposición Simon Fujiwara, Revolution, Lafayette Anticipations, Paris, 2018. © Andrea Rossetti.