SE CUMPLEN 30 AÑOS DE LA EDICIÓN DEL ÁLBUM “1984” DE LA MODE
La movida madrileña acabó muy probablemente en martes, un martes 24 de abril de 1984 en la sala Rockola. Aquel fue el último concierto de La Mode, cuando antes de acabar los últimos compases de “La cólera” y entre los gritos de estupefacción del respetable -todos los chicos y las chicas-, El Zurdo anuncia “la despedida de un servidor” (sic), deseando en voz alta que de una vez por todas su público olvidase el “Para ti” invocando “En cualquier fiesta”, la próxima canción en sonar en la difunta sala de la calle Padre Xifré, la del número 5. Treinta años después de todo aquello, ese segundo disco de La Mode de título e inspiración orwelliana (“1984”, Nuevos Medios) merece, al menos, cuatro o cinco párrafos de homenaje.
Primavera de 1984. No es difícil imaginar la incomodidad de El Zurdo en según qué ambientes, investigando en Jünger y leyendo sobre jardines y hespérides, mientras Loquillo se enamoraba de la dependienta de patatas fritas o Alaska quería convertirse en un bote de Colón para salir en televisión. Frente a la frivolidad de la movida, aquellas canciones de Mario Gil, Antonio Zancajo y Fernando Márquez El Zurdo (canciones sobre amar lo abstracto, mitos, mujeres, galgos y ciudades) podían parecer afectadas, esnobistas, nuevaoleras en el peor sentido de la palabra. Y no, no lo eran. Manifiesto producto de una época -y como decimos, de las debilidades personales de su líder, de Ultravox a Drieu La Rochelle, de Jose Antonio a Vainica Doble-, decir que “1984” suena a los últimos Roxy Music o a los Ultravox de Midge Ure es injusto e insuficiente. El LP tiene una virtud hoy en desuso: personalidad. No en vano hablamos de hace tres décadas, mucho antes del whatsapp, Sky Ferreira y las impresoras 3D, cuando leer un libro o escuchar un disco era una experiencia privada y la información –nunca en exceso- se buscaba y se digería adecuadamente; hablando en cristiano, no había muchos discos donde elegir aquella primavera de 1984, sobre todo si tenemos en cuenta que las listas de éxitos de la época eran potestad absoluta de Camilo Sesto, Barón Rojo y los Thompson Twins.
Siendo Paraíso o Pop Decó proyectos interesantes, no hay empresa grande en la biografía de El Zurdo comparable a estos dos discos: “El eterno femenino” y este “1984”, más político -o metapolítico, concepto este tan desfasado como la nouvelle droite francesa o la discografía de Classix Nouveaux-, más revolucionario, en el mejor sentido de la palabra (el de las revoluciones pendientes). Musicalmente muy por encima de la denominada “movida valenciana” (Video, Betty Troupe, Glamour y otras bandas apiladas bajo la atroz etiqueta de “tecnopop”) o de experimentos tan ambiciosos como imposibles los madrileños UA o Oviformia Sci -posteriormente Heroica-, si la música de La Mode ha envejecido bien es, en un porcentaje muy alto, por las brillantes letras de El Zurdo, y sus debilidades literarias: Mishima en “Negro y amarillo”, Céline en “La cólera”, Flaubert en “La rata” (siempre que escucho esta canción pienso en Felicidad Blanc).
Dos canciones duelen especialmente: la belleza estática de “En cualquier fiesta”, y la crueldad elegante de “La Cólera”, una canción para tatuarse y un himno para hipersensibles a la que le sobran todos los adjetivos del DRAE. En primer lugar porque, como decía Lobo Antunes, quizá la elegancia sea la forma suprema del coraje, o el coraje la forma suprema de la elegancia, y en segundo lugar porque no solo “La cólera” habla de eso, sino también de las crueldades y banalidades de la vida moderna, asumiendo aquella reflexión tan post-moderna de Orwell, por la que todo lo moderno es continente y está absolutamente vacío de contenido; otros temas como “Imperios”, “Diálogo” y la nostálgica “Sueño 84” también merecen la cita. Treinta años después, las canciones de “1984” siguen sonando poco, pero igual de bien. Así es la música popular: mientras las mayorías absolutas se romperán la voz (y la cartera) cantando coplas en los musicales de Mecano, un minoritario ejército de amantes de lo abstracto bailarán solos en mitad de la pista mientras suena “En cualquier fiesta”. En eso se han convertido “El eterno femenino” y “1984” con el paso de los años, en dos fuegos fatuos que aparecieron en mitad de la nadería nuevaolera para convertirse en artículos de esperanza y militancia para minorías; porque, como decía un noruego, las mayorías nunca tienen razón.