Nos debatimos en una época ruidosa. La cartelera no es sino la caja de resonancia de tanto decibelio aturdidor sin el cual parecemos perder pie. Hacer una película casi muda es una provocación anti-natura; hacer caja con ella una proeza. Un lugar tranquilo se presenta con el halo de ser rara avis sin dejar de ofrecer rostros conocidos por todos. Una pequeña joya de orfebrería cinematográfica que utiliza las herramientas del género con precisión quirúrgica.
La película Un lugar tranquilo es algo más que silencio
Imagen superior: Fotograma del la película: Un lugar tranquilo
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Encumbrado fundamentalmente por salir en The Office, John Krasinski se destapa en esta A Quiet Place como director ducho en sustos y claustrofobias ambientales tras la comedia familiar que es The Hollars. Pocas risas se echan aquí su personaje y el de su mujer dentro y fuera de la pantalla, Emily Blunt, condenados a sobrevivir junto a su prole en una América rural apocalíptica cuya amenaza es la presencia de unas sanguinarias criaturas al más puro estilo H. R. Giger. Los bichos atacan al menor estímulo auditívo. El llato de un bebé, una carcajada espontánea, un resbalón desafortunado, un juguete inoportuno.
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En la película Un lugar tranquilo funciona todo. La tranquilidad no es más que calma chicha, una realidad tensa y sofocante apenas relajada por una habitación insonorizada o por los sonidos sontenidos de la naturaleza. El score es profundo (salvo por el inciso Neil Young, casi a lo Único testigo), la música incidental lacerante. El sudor de Emily Blunt parece real y la mirada de Millicent Simmonds, todo un descubrimiento. Poco casting más. Y todo en 90 minutos de pura empatía.
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Esto no es The Walking Dead. También funciona como antídoto de cualquier producción hiperbólica de Michael Bay, curiosamente figura en créditos. Un lugar tranquilo es algo más que ausencia de ruido, es sencillez expresiva, la de un cine que apuesta por el silencio más ensordecedor.