Crónica del concierto de la cantante y poetisa estadounidense en las Noches del Botánico de Madrid el pasado viernes 8 de julio
Envuelta en un halo de profeta, la imperecedera Patti Smith volvía a asomar su garra por Madrid, esta vez desde Las Noches del Botánico. Al borde de los setenta años, y más de media vida encabezando la mitología musical, resulta incuestionable por qué el mundo reconoce en ella a la eterna madrina punk. Hoy peina la experiencia en largas canas y, enfundada en unos vaqueros rebeldes con botas que danzan inquietas sobre el escenario, continúa desafiando al presente escupiéndole a la cara sin vergüenza. Así se plantó frente al fiel batallón de fans que seguimos rindiéndonos ante esa fuerza suya tan bruta y arrolladora que no cesa. La misma con la que comenzó, allá por 1975, dando forma a un primer disco llamado Horses, y cuyo 40º aniversario la está llevando desde hace meses a recorrer buena parte del globo para celebrarlo con sus feligreses. El pasado viernes 8 de Julio era nuestro turno.
Reunidos en el incomparable marco del Real Jardín Botánico Alfonso XIII, en plena Ciudad Universitaria de la Complutense, vimos pasearse ante nuestros ojos a un pedazo de la historia tan digno como imprescindible a la hora de comprender que la música contemporánea sea como es. Patti Smith encarna una de esas piezas clave en la configuración de la cultura popular del siglo XX y su presencia hoy es un regalo que ha decidido hacernos el tiempo. Con una sonrisa y un “buenas noches Madrid”, entre gritos de admiración, la cantante y poetisa estadounidense saludaba a su público a la vez que los acordes de “Gloria” comenzaron a llevarnos de viaje hasta el subversivo Nueva York de los setenta, hasta ella misma.
La poética de la rebeldía
Hoy su voz suena quebrada, sabe añeja; y su actitud es la constante de la desobediencia y lo irreverente pero con la elegancia de una musa sencilla y transversal. Una catedrática del lenguaje de la calle llevado hasta lo más alto, para reivindicar su espíritu y convertirlo en poesía. Que en algunas ocasiones suena al reggae de “Redondo Beach” -una de las insignias de Horses y segunda en el repertorio de la noche- y en otras se torna pausada y delicada como “Birdland”, esa canción hablada que nos demuestra la fascinante comunión entre la profundidad del mensaje y el código punk rock.
No cabe duda de que Horses, el álbum que había venido a rememorar y con el que en su día alcanzó el puesto 47 en la escala de Billboard, era el gran protagonista de la velada. Las ocho canciones que lo componen, sonaron una tras otra en un Madrid que se había vestido de gala para recibirlo. La emotiva intro al piano de “Free Money” y la naturalidad derrochada por Patti, cuando reconoció sus dificultades para leer al haber olvidado sus gafas en el backstage, lograron que la distancia existente entre ella y su público se acortara todavía más, si es que en algún momento existió. Es esta precisamente la magia de esas almas que, a sabiendas de su magnitud y su poder masivo, utilizan este para acercarse al mundo. Humanidad, empatía y un talante democrático que huye de poses y formalismos en una clara apuesta por la cercanía y la interacción con proclamas de libertad. Y así brotaron “Kimberly” y la multitudinaria e hipnótica “Break it up”, que se cantó a coro junto a todo el recinto.
Con “Land: Horses” llegó el momento de deshacerse de su americana y, a medida que iban subiendo los grados ya caldeados desde las primeras palabras de este pasaje infalible, su voz se fue encrudeciendo hasta desembocar en una segunda versión de la “Gloria” de Van Morrison que, esta vez, sí explotó al rojo vivo. Tras ella, “Elegie”, la encargada, igual que en el disco, de poner punto y final al mismo y también a la primera parte de un concierto al que todavía le quedaban ases en la manga.
Mucho más que Horses
Respaldada por una batería y cuatro guitarras -uno de ellos también pianista cuando la ocasión lo requería- y hoy reconvertidos en el Patti Smith Group, la genio de Chicago quiso continuar la noche con “Trampin”, tema de su cuarto álbum de estudio, Wave, lanzado en 1979. Del mismo modo que también se le antojó regalarnos “Summer Cannibals”, aquella canción escrita junto a Fred “Sonic” Smith de los MC5, y que acabó convirtiéndose en el single de su disco de 1996, Gone Again.
Como viene siendo habitual en otro de los conmovedores rituales de Patti Smith sobre las tablas, hubo tiempo para recordar a esas otras estrellas del firmamento rock. Esas que un día pasaron por la Tierra como héroes para nosotros y como amigos para ella. Uno a uno, los fue mencionando a todos: David Bowie, Janis Joplin, Brian Jones, Lou Reed, Jimi Hendrix, Joe Strummer, los cuatro Ramones, Jim Carroll… Y así entraron en juego las covers. Primero la magistral versión del “Eight Miles High” de The Byrds, interpretado exclusivamente por el Patti Smith Group en ausencia momentánea de la maestra. Después, y ya con Patti al frente, “The last time” de los Rolling Stone; también “When Doves Cry” de Prince, cómo no.
Fueron sin embargo, y como era de esperar, sus dos incunables las que elevaron hasta el éxtasis los ánimos ya colmados de un auditorio que parecía venirse abajo: “Because the night” y “People have the power”. Perpetuas e inmortales en el tiempo. El epílogo perfecto como testigos de un encuentro único. Y cuando todo parecía haber terminado, el ciclón Smith volvió a irrumpir en el escenario por última vez, guitarra en mano para distorsionarla hasta dejarla sin cuerdas. Encarnando una poderosa y feroz versión del “My Generation” de The Who, nos llevó de camino a la cama con la sensación compartida de habernos anticipado al sueño que nos tocaba esa noche.
Fotos: Sara Morales