De palos y astillas
Uno no suele acertar imaginando lo que sus hijos van a estar haciendo a los diecinueve años. Eso pensaba hace un instante, cuando encontré a mi hija mayor sentada en el suelo de la buhardilla, rodeada de libretas, bolígrafos, una Gibson Les Paul Special y un móvil reproduciendo grabaciones de audio. Hace exactamente veinticinco años me apunté a unas clases de guitarra que ofrecían en mi pueblo, y desde entonces dedico mi tiempo a escribir canciones y a publicar discos. Gracias a esa obsesión tengo la suerte de poder ganarme modestamente la vida con mis canciones. Lo cierto es que no ha sido un trayecto sencillo, sobre todo por lo que rodea a los discos: esa industria rancia y sus intermediarios, la mayoría tan corruptos como el peor charlatán metido a concejal o algo peor. Durante mi viaje musical jamás pensé que mis dos hijas fueran a montar un grupo con un par de amigos, publicar sus discos en un prestigioso sello de Nueva York y girar por el mundo entero. Imaginaba a la mayor dibujando cómics para alguna editorial y a la pequeña de ayudante de chef en un restaurante calcado al de la película Ratatouille. Esa imagen comenzó a transformarse el día que la más joven se presentó en casa con un flyer de una “escuela de rock” que unos músicos de la comarca habían montado en Cabrils. ¿Qué instrumento quieres tocar ? “El bajo” – contestó rápidamente. ¡Vaya si lo tenía claro la niña! Nunca quise darles la brasa con tomar clases de música (error frecuente de algunos padres bienintencionados), en cualquier caso opté por hacer de prescriptor de discos o canciones antes que obligar a nadie a tomar clases de piano por la fuerza. Si los niños tienen real interés y talento para la música llegarán a ella de forma inevitable. El trabajo de un padre aquí es el de transmitir cierto criterio e intentar llamar la atención de los niños con una selección musical y muy pronto ellos mismos sabrán si algo es bueno por su cuenta. Mis hijas odiaban a sus amigos cuando pinchaban “High school musical”, “La Oreja de Van Gogh” o “Hannah Montana” sin que yo tomara partido alguno, preferían escuchar a Ramones o The Clash pese a que ningún compañero de clase tuviera idea alguna sobre aquellos grupos, para esos chavales era música “antigua”, para ellas el Santo Grial.
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Ramón Rodríguez, aka The New Raemon, lleva en el mundo de la música desde los años 90 y al frente de su proyecto The New Raemon desde 2008. A principios de 2015 publicó su quinto disco, “Oh, Rompehielos” (BCore), complementado con un reciente EP titulado “El Yeti”.
Foto: Mourn
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Esta columna de opinión apareció en el número 143 de Neo2