El colectivo madrileño Casa Antillón inaugura su experiencia con el hecho construido con Mood Hair Salon. La transformación de un inhóspito local en una pequeña peluquería en el municipio de Rivas-Vaciamadrid. Un primer punto de anclaje donde inscribir su imaginario arquitectónico.
Llego al número 12 de la calle del Chimbo, en Carabanchel. Me reciben Emmanuel Álvarez, Marta Ochoa, Ismael Santos y Yosi Negrín. Ellos son Casa Antillón (@casantillon), un colectivo de arte, arquitectura y diseño que nace en 2019 en el contexto de la ETSAM, UPM y que, con un optimismo inherente a sus proyectos, rastrea aquellos territorios culturales que van más allá de los enfoques ortodoxos de la arquitectura. La diversidad de formatos y escalas desde la experimentación expositiva, el comisariado de arte emergente, el evento social o la ejecución de su primer proyecto de arquitectura -Mood Hair Salon-, inserta la trama de sus propios intereses y el feliz hallazgo de lo que, paso a paso, va representado Casa Antillón para estos cuatro arquitectos.
Tras el breve lapso inicial, me invitan a sentarme con ellos en el patio del espacio donde trabajan. Allí, empezamos a charlar sobre su primera obra de arquitectura: “Mood Hair Salon” (@moodhair_salon), una pequeña peluquería emplazada en el municipio de Rivas-Vaciamadrid, entre el Manzanares y el Jarama. Este pequeño proyecto inaugural a modo de encargo, ha permitido al joven colectivo de arquitectas -desde su conocimiento de la disciplina- establecer una relación desacomplejada con la arquitectura, y especular con ella audazmente como un formato más – un interior, una piel, una escenografía, las instalaciones, el mobiliario…cuatro paredes-, una aparente fragmentación enhebrada, que, sin embargo, por ideas, ensaya una manera de aproximarse a la construcción del espacio contemporáneo.
Con el inicio de su relato, me viene a la mente “A Short History of Hairdressing”, (Breve historia de la peluquería), un relato que aparece en el septiembre de 1997 en The New Yorker. En él, Julian Barnes recrea la vida de un joven a través de sus visitas a una pequeña peluquería de periferia. Una crónica del inexorable paso del tiempo para asistir a las transformaciones físicas y a los cambios interiores del protagonista. Todo a través de la manipulación de su cabello – sus colores, cortes y tintes-, hasta la aparición de las primeras canas.
En ese momento, y antes de entrar en los detalles de Mood Hair Salon, – la peluquería que convoca esta conversación-, les pido que hablemos de su propia metamorfosis, para así repasar rápidamente la genealogía de proyectos previa a acometer este encargo:
La aventura empieza con un tándem de exposiciones, “Piso Piloto” y “SOLO100SHOW”, en Casabanchel (2019). Las siguen, tras el encierro pandémico, “Edén” en la Casa de Campo (2020), y la exhibición de mobiliario, “Domestic Fictions” celebrada en la Casa de la Moneda de Segovia (2021), hasta llegar finalmente, a la reforma de su actual espacio de trabajo que alberga también una pequeña galería de arte emergente y que comparten con otros 14 artistas locales.
Conforme me van contando, no puedo evitar acordarme de praxis como las del Gruppo 9999 o Archizoom, que priorizaron la colaboración, las interacciones sociales, el vitalismo, la sensualidad, la apertura y la experimentación, junto con el respeto y la amistad, para alimentar la imaginación de los jóvenes estudiantes de arquitectura, quienes descubrieron un sentido de la cultura sin precedentes. Intuyo que, con una misma alegría, ahora Casa Antillón, en este modesto punto de partida que representa Mood Hair Salon, inscribe -sin desvíos- la caligrafía sensible de una búsqueda generacional de la práctica arquitectónica, y con ella, el anhelo de superar algunos de sus clichés más trasnochados.
De acuerdo con la trayectoria de sus artífices y a la dispersión militante de sus intereses, esta peluquería habla de dimensiones antes que de superficies, de experimentar con el panóptico interior y bregar con las complejidades y las fragilidades del propio encargo. De las limitaciones presupuestarias. De ser ligero para ser preciso, de ideas plasmadas con una celeridad low-tech, económicamente factibles. De lo efímero a lo permanente. De microactuaciones que aprovechan una escala aparentemente inofensiva para demostrar que lo mínimo no tiene por qué ser un placebo y que sólo demuestra que, la arquitectura a la que están destinadas las generaciones que van saliendo de nuestras Escuelas de Arquitectura está basada en dos coordenadas: las conjeturas formales y el ahorro de costes.
Mood Hair Salon, no escapa a este coeficiente de rozamiento. Este pequeño encargo privado se gesta a principios de mayo del 2021. Laura y Bea – madre e hija –, amigas de uno de los arquitectos del equipo madrileño, encargan el proyecto de reforma integral de un local que, por no tener, no tenía ni luz, ni paredes, ni suelo, con la premisa de convertirlo en su lugar de trabajo: una peluquería. El espacio naciente y preliminar de Mood Hair Salon se comprimía y se encapsulaba en una geometría adelgazada de 5 x 10 metros, por lo tanto, cualquier decisión y cualquier proyecto posible en ese rectángulo de proporción interesante, se situaría entre dos polos: la contemplación del espacio absoluto y la variabilidad instantánea.
Ambas escalas de decisión orbitaban alrededor de una primera acción proyectual: cuanto más cercanos a su interior, más tácticos, cuanto más alejados y pendientes de la planificación de la acción y el programa de uso, más estratégicos. Por ello, la primera decisión que se tomó con el local desvestido, es la de avivar su eje más largo, algo que con inmediatez resolvía la presión y la congestión dimensional, al generar la impresión de una estancia longitudinalmente extensa y un fondo de perspectiva holgado. La traza lineal de la viga y los dos pilares exentos se magnificaban visualmente. Más tarde, supondrían un precepto y una solución de continuidad para organizar el programa funcional.
El protocolo de actuación se desplegaba después de solventar las restricciones espaciales de partida. El siguiente paso: aclarar una estancia oscura. De la misma forma en que no era necesario insertar un despliegue constructivo ostentoso, sino más bien un uso inteligente de una potente mecánica y un ensamblaje adecuado de las técnicas de proyecto, se llevó a cabo un ensanchamiento de la fachada para crear así, la entrada y la composición del umbral interior-exterior que integra el escaparate.
Entre medias quedaba un paisaje fracturado de muebles de chapa galvanizada, unas generosas y relucientes butacas negras y unos espejos arqueados que, con un halo de luz inserto en su perímetro, proporcionaban y distribuían las tres zonas de Mood Hair Salon: una pequeña recepción a modo de mostrador, el laboratorio de chapa curvada, un biombo que camuflaba el espacio para los tintes, y una estantería atada con un pequeño tirante destinada al almacenaje de útiles. En último término, quedó relegada al final de la garganta del local una zona que, tras la flexión de una tabica esconde una reducida oficina y un aseo. La imagen interior se coronó más allá de los tonos metálicos, un cielo de instalaciones vistas en tonos verdes grumosos, hizo rebotar la luz para distorsionarse en las paredes de ladrillo visto. Del mismo modo, la apariencia exterior se colmató con un mosaico modular de las mismas chapas que previamente se desplegarían en el interior.
Al final, sumergido en el volumen de Mood Hair Salon, uno se da cuenta de que aquí el acierto está – precisamente -, en trabajar involucrando la entera configuración del espacio en la producción de un ambiente. De esta manera, esta peluquería, es el resultado de una tecnología apenas visible de decisiones espaciales certeras que inducen y desplazan el interés por el objeto a aquello que se consigue; es decir, el efecto.
Al abandonar el suelo de trencadís de Casa Antillón, no puedo evitar volver a la peluquería de Barnes para tomar conciencia de cómo toda trayectoria vital y creativa responde a determinados estímulos y a un determinado contexto. En el escenario que encontramos en la segunda década del siglo XXI; un mundo siempre frágil y voluble, donde la vida cotidiana significa navegar por la incertidumbre y la inestabilidad, el grupo heterogéneo que conforman Marta, Yosi, Ismael y Emmanuel, es todo un indicador de cómo ciertos puntos de no retorno se han instalado entre los arquitectos. Con ellos, y con su Mood Hair Salon, constato que la arquitectura ha dejado de lado esa visión de corte nostálgico y romantizada que abogaba por una arquitectura como disciplina autónoma.
La arquitectura no solamente la hacen los arquitectos, sino que se empapa y participa de las construcciones cotidianas. Incluso las realidades que tienen su origen en decisiones propias de los arquitectos se imbrican en esferas sociales y culturales que ni siquiera percibimos. Esto es fundamental para entender las primeras andaduras de Casa Antillón, pues en el momento en que se toma conciencia de que su proceder como arquitectos experimenta evoluciones no planificadas, todo empieza a ser mucho más interesante.
Casa Antillón empieza – precisamente- ahí.
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Autor: Casa Antillón
Localización: Av. Velazquez 12, Rivas Vaciamadrid (Madrid)
Año: 2021
Cliente: Privado
Equipo: Marta Ochoa + Yosi Negrín + Ismael López + Emmanuel Álvarez
Fotografía: Imagen Subliminal (Miguel de Guzmán + Rocío Romero) @imagensubliminal, www.imagensubliminal.com
Models: Jorge Ariza Martinez, (@jorgeariza), Alejandra Mendoza (@alejandrakirke), Jorge García López (@jorgegl__), Martín Moreno Rivera (@mori______________________) Clothing: (@anita__corazon)
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+ @casantillon