El dinero no da la felicidad… pero sí la libertad. Y es que, cuando la penuria cercena la potestad de decisión propia y pone los destinos individuales en manos de terceras personas, la deuda trasciende el plano económico para apoderarse del vital. En el caso que nos ocupa, el yugo se cierne sobre Shun Li, una costurera de origen chino asentada en Italia que es destinada sin previo aviso a hacerse cargo de la logística de un bar en un pequeño pueblo cercano a Venecia. Lo que diferencia a esta película del clásico relato de denuncia social, implícito aquí en el reflejo de la coacción ejercida por la mafia, es el singular enfoque del director italiano Andrea Segre, que aborda la tragedia desde una perspectiva más emocional que material, planteando el conflicto a partir del prejuicio colectivo sobre la relación de amistad que la protagonista entabla con un añado pescador local. Una apuesta que llega a buen puerto gracias a la contención, tanto dramática como en la armónica puesta en escena, con la que es retratado el inmovilismo de las dos culturas implicadas y el sufrimiento interior de los personajes, que, condensado en la elocuencia de una mirada, jamás llega a explotar en pantalla. Aunque este recato minimalista hace que por momentos el relato se muestre ligeramente renqueante, la pulcritud y escueta precisión en el retrato de los protagonistas y lugareños y el encanto de su mesura zen acaban por generar más empatía que rechazo. Una película modesta, cargada de buenas intenciones, que hará la carga más ligera a los nostálgicos de la sinceridad y altruismo.
“La Pequeña Venecia” se estrena hoy, 26 de octubre, en cines.