El director italiano plantea su particular oda a la vejez
Puede que de primeras, La Juventud, pueda parecerte un pastiche oníricos de imágenes que solo buscan en el espectador un éxtasis preciosista. Nada que ver con la realidad. Si bien es cierto que no estamos ante lo mejor del director napolitano Paolo Sorrentino, sí que nos encontramos ante una película barroca donde la decadencia toma forma en dos monstruos de la actuación como son Michael Caine y Harvey Keitel, perfecto duelo de interpretativo y gancho de una cinta donde lo onírico y lo cotidiano van de la mano.
Una obra menor que pese a tener algún que otro desnivel sigue manteniendo el latir de nuestro corazón a golpe de balneario deluxe en el que un compositor musical (Caine) y un cineasta a punto de epatar con su último trabajo (Keitel) remojan su retórica mientras se divaga sobre juventud, tristeza, demencia, fama, frustración amorosa, decadencia física o crisis creativa.
Cinta en la que nos dejamos llevar por un guion que no desmerece en ningún caso la labor actoral o acompañamiento musical y que encuentran en la secundaria Jane Fonda o Rachel Weisz, una nueva excusa e interés para que La Juventud se convierta en una pequeña joya de ensimismamiento cinematográfico con intermitentes brochazos sublimes.
Un argumento que invita a pensar (por lo menos pone todas las herramientas para ello) y a recapacitar por aquel estadio de la vida humana por la que más tarde o más temprano tendremos que pasar y que arroja bastante luz sobre un momento en el que parece que todo está perdido y que de la mano y del buen hacer, de Sorrentino recupera el ánimo, demostrando que la vejez no existe sino que es un estímulo más que debemos saber (y aprender) a canalizar con ansia.
La Juventud se estrena HOY, 22 de enero, EN CINES
