El estudio valenciano Iterare arquitectos nos presenta una de sus últimas obras ejecutadas: la transformación de un antiguo caserío del barrio de Jesús, en Valencia. Un lugar que opera con la brisa mediterránea y las sombras de un viejo limonero como uno de los productos genuinos e intensos de nuestra cultura contemporánea.
Iterare arquitectos es una práctica arquitectónica dual. Sus arquitectos Pedro Ponce y Rubén Gutiérrez, ambos titulados por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura (ETSAV) de la Universidad Politécnica de Valencia, desarrollan su práctica proyectual preocupados por el contexto en el que se ubica cada obra y su interpretación contemporánea. Un planteamiento que les permite trabajar en diferentes registros singulares como una concatenación de variables que al final nos hablan de una misma fijación, la idea de una imagen mediterránea particular.
Estructura y legibilidad espacial a un lugar en general y a una intimidad particular
Aquí, el caso que nos atañe – una casa y un limonero-, conforma una maniobra que propone, contra la alienación urbana, la recuperación de la luz y la brisa mediterránea velada a lo largo de los años en una de las manzanas más características del distrito valenciano de Jesús. Su arquitectura conduce rápidamente a una serie de estrategias con los que la arquitectura ha operado a lo largo de los siglos; un intento valiente y necesario de imponer orden, estructura y legibilidad espacial a un lugar en general y a una intimidad particular.
Pero… ¿Cómo definir esa intimidad?
A primera vista, parecería una condición esencial del espacio interior; un umbral que separa a uno de los otros, asumiendo en el hábitat de la casa, una atmósfera como una materialidad. Pensemos en la misma naturalidad con la que vivimos el espacio sin preguntarnos sobre él. Asumamos la esfera de la intimidad como la que más intrínsecamente se constituye y se representa, aunque para reconocerla tengamos que enfrentarnos a su exterioridad, lo que no es ella, su opuesto – o su complementario-, el otro lado del umbral, lo público.
En definitiva, lo íntimo en la obra de Iterare Arquitectos supone una sutil gradación de lo privado. Precisamente la misma gradación da sentido a esa arquitectura – la de la Casa del Limonero —por encima de lo que son los requerimientos utilitarios o representativos— reiterando sucesivos elementos hacia lo íntimo sin evidenciar una mera repetición formal. Una condición primordial que confiere al proyecto una impronta de esencialidad, algo que, por otra parte, da cabida a distintos niveles de complejidad.
Contraste físico entre lo nuevo y lo preexistente
El proyecto – un encargo que partía con la premisa de diseño de dos habitaciones y un estudio para una pareja de hermanos- parece empeñado en cuestionar el futuro de las leyes que rigen su entorno, algo que se plantea de dos maneras. En primer lugar, mediante el contraste físico entre lo nuevo y lo preexistente. Cuentan, que en la casa prevalecía una disposición pareada -dos volúmenes dispuestos simétricamente-, y, entre dichos pares, un patio. Desde la cuestión dispositiva, fijándose en que la mayoría de construcciones colindantes habían adosado pequeños garajes y espacios para el acopio, consideraron que la disposición parcelaria padecía un déficit de metros cuadrados. Una circunstancia que requería de la atomización volumétrica a través de estrategias como la ocupación y la desocupación espacial.
Iterare Arquitectos, adoptó como centro de gravedad un elemento a modo de helicoide
En ese sentido, y como en muchos otros de sus proyectos, Iterare Arquitectos, adoptó como centro de gravedad un elemento a modo de helicoide distributivo del espacio interior. La escalera, un elemento labrado en caliza para que, a partir de su jerarquía, los espacios se fundiesen y conectasen visualmente. Su ubicuidad termina por condicionar el desarrollo de los requerimientos de uso del proyecto. Su perfil se integra tanto en la planta inferior como en su homóloga superior. Dicha parte superior concentra tres habitaciones prácticamente monacales y un baño holgado emplazado entre ambas. En último término aparece una pequeña sala que conecta directamente con la traza de la escalera; una zona abierta en dos tramos al mismo elemento, aprovechando el forjado preexistente para reconfigurarlo y abrir un umbral habitable hacia el exterior.
La escalera: condensador de funciones
A la escalera, entonces, se le atribuye un condensador de funciones: se aproxima a la medianera trasera para permitir un paso entre la cocina y la zona del salón principal, dejando en el lado opuesto un contrario amplio para hacer de hall-recibidor. Además, actúa como un elemento estructural adscribiéndose al espacio donde aparecen algunos elementos del esqueleto de la casa. No existe compartimentación alguna, ni elementos superfluos, un hecho que permite matizar todos los espacios de la planta baja sin colocar puertas, generando una gran continuidad espacial por donde penetran la brisa y la luz de lado a lado.
Encapsular entre sus muros los incesantes conflictos entre el sol y la sombra
A pesar de ser tan medida, la intervención de Iterare arquitectos toma ciertos respiros: parece haber una tolerancia entre la presencia de este núcleo, junto con a la presencia del patio trasero. Una forma de asegurar el discurrir de la brisa, acompasada con la transición entre el volumen que se percibe desde afuera y la matriz espacial interior. Esta condición no da lugar en su obra a una simplicidad estilística superficial, sino que consiste en algo con un fuerte arraigo cultural y contextual: encapsular entre sus muros los incesantes conflictos entre el sol y la sombra; entre el día y la noche. Todo ello al abrigo de un anciano limonero que matiza el acceso y se apoya en lo que implica la existencia misma de esta obra: la apuesta por caligrafiar en el patio el movimiento solar desdramatizando las apariencias exteriores para adoptar un semblante mudo.
Lo que merece la pena ser conservado
De su techo a su fachada con artesonados, la casa, apoyada en limpias paredes de enfoscado de cal, encuentra la línea de flotación en el cuenco de un falso zócalo realizado con el mismo enfoscado, pero con un diferente tratamiento de secado. Su arquitectura es una secuencia lineal de madera, piedra y luz, hasta llegar a los esbeltos bastones metálicos que lindan con la vida urbana. Allí, Iterare Arquitectos nos invita a ser testigos de una conversación imperceptible a simple vista entre aquello a lo que se le otorga la consideración sacrosanta del patrimonio y aquello que de verdad merece ser preservado.
Iterare arquitectos y las preexistencias altamente deterioradas
El pasado siempre es un proyecto. El pasado no es algo que ocurrió: es un proyecto que se lanza al futuro y, en este caso, la arquitectura, es responsable de dirimir cuales son las estrategias para lanzarlo. El territorio de la preservación parece delimitar aquello que puede ser conservado para entregarlo a futuras generaciones en un diálogo con sus respectivos contemporáneos. En la Casa del Limonero, Iterare arquitectos encontró una serie de preexistencias altamente deterioradas que requerían de su actualización y recuperación. No obstante, su caso parapetó contra las exigencias – en ocasiones absurdas -, de una normativa que exige de interpretaciones que rozan el barroquismo. Algo que apunta directamente a unas instituciones nostálgicas que deberían plantearse el futuro ya no como una conjetura más o menos vaga, sino en clave de urgencia.
¿Merece la pena realizar falsos históricos?
Ejemplos como este abren el debate para explicitar que aquello que decidimos conservar debería contener al menos un activo cultural para merecer ser preservado, restaurado o actualizado. Quizá Iterare arquitectos ha puesto de manifiesto aquello que ocurre precisamente cuando nos damos cuenta de que la diferencia entre el paciente que sufre mal de Diógenes y el coleccionista radica en que el primero no sabe por qué conserva lo que conserva. En ese momento, deberíamos pararnos y reflexionar si merece la pena realizar falsos históricos y abordar el patrimonio no como un bien cultural, sino como un mal de Diógenes.
Tal vez el problema no está en conservar; la patología aparece cuando la conservación es compulsiva e irracional, es decir, cuando no sabemos por qué lo hacemos. Sea cual sea la naturaleza de su respuesta, que ningún ámbito – como ocurre en la Casa del Limonero- quede exento de la posibilidad de una Arquitectura.
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Autor: Iterare arquitectos
Localización Valencia
Año 2021
Cliente Privado
Equipo Rubén Gutiérrez y Pedro Ponce
Fotografías David Zarzoso
www.iterarearquitectos.com
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