GRUSHENKANUEVA ERA EXISTENCIAL

Al parecer vivimos en la era del contenido. Este parece ser el nuevo paradigma. Cubrirlo todo de contenido en busca de captar el interés del público y así poder venderle cualquier cosa. Los gurús de la cosa lo exponen con un aterrador dato: hoy en día bastan seis días para generar la misma cantidad de información que el ser humano ha procesado desde la aparición de la escritura, hace 4.000 años, hasta la actualidad. Sin embargo, el problema sigue siendo el mismo, solo que multiplicado exponencialmente: distinguir el contenido de verdad relevante de la mera farfolla. Por supuesto, la música no escapa de este esquema. Cada día surgen miles de grupos pero su contenido real es muchas veces intranscendente, por decirlo suave. Así que Grushenka han ido al lado duro. Desde su nombre, la novela erótica anónima sobre una 
sierva sexual en la Rusia zarista, al título de su segundo disco “La Insoportable Levedad del Ser” (El Genio Equivocado) o de canciones como “El eterno retorno” y “Un mundo feliz”, el planteamiento de la banda continúa por el rollo cultureta, dicho sin ánimo de ofender, que ya exhibieron en su primer disco con temas como “Punset ya me lo dijo”.

GRUSHENKA

Pero algunas cosas han cambiado desde aquel trabajo tan bien recibido en 2012. En su nuevo disco las influencias son un poco más lejanas en el tiempo. El noise-pop que les cayó como etiqueta entonces, ha quedado algo domesticado en esta ocasión. Y se agradece, porque aporta más claridad y definición al trabajo, aunque por momentos la cosa quede un poco plana, como en el inicio que encadena “Maltratarse y asustarse” con “Viaje lisérgico”, en la que ni el órgano de fondo ni el ritmo acaban de encajar con el título. Luego el tono se ajusta a la pretensión del conjunto, con miras muy altas, en “Nueva era existencial”. Es cierto que las letras bajan un poco el tono que apuntan los títulos y las armonías lo hacen todo más accesible y fresco, como una especie de Paints of Being Pure at Heart más luminosos y menos borrosos. Y añaden a la banda un elemento bailable, más o menos, insospechado hasta la fecha. El disco debe de estar concebido con eso que se llama viaje interior o introspección, sea lo que sea lo que demonios signifique, porque hacia el final los entornos se oscurecen, los tiempos se ralentizan, las voces se diluyen y la densidad de las letras aumenta. El hándicap es que alarga un pelín la escucha y solo la alocada coda de “Un mundo feliz” te devuelve a la atención. Pero lo relevante es que se agradece su apuesta. En estos tiempos en los que el contenido parece estar sustituyendo a la cultura, se agradece que alguien lea lo que realmente merece la pena leer. O al menos que lo parezca.