En el bar hay un tipo que no proyecta sombra. El pavo está ahí tomándose un algo que no consigo ver y que de todos modos ha dejado de interesarme porque el tipo por encima de todo, no tiene sombra. A su lado hay una tía con un chándal naranja. Recuerdo que la he mirado pensando que menudo chándal, ella tampoco tiene sombra y ahora su chándal me da lo mismo. Tampoco recuerdo ya por qué empecé a mirar al tipo. Los dos actúan como si nada, serenos como ovejas, pagan su no recuerdo qué y en un segundo se van por donde han venido.
La idea del alter ego y conceptos semejantes tienen miles de años y han formado parte de los cuentos medievales, la mitología griega y ciertas leyendas egipcias entre otros. El Doppelgänger, por ejemplo, era un fantasma con presencia corpórea que no proyectaba sombra, considerado un presagio de mala suerte. Cruzarse con el tuyo no aventuraba nada bueno. En otras culturas era un espíritu doble, un gemelo malvado que te proponía ideas siniestras y consejos engañosos. En la tradición nórdica se cree que son entes con nuestro mismo aspecto y que hacen nuestra vida antes de que nosotros lleguemos físicamente ahí. Hacen tus compras y rellenan tus formularios pero están huecos por dentro.
Si el Doppelgänger medieval era una sombra que pasaba entre los árboles del bosque, el nuestro es un maromo que vive en un dúplex y toma proteínas. Este superyó es el Patrick Bateman de American Psycho, y el Tyler Durden del Club de la Lucha, un consejero tenebroso más capacitado que su otro yo y dispuesto para la acción que pasa inadvertido entre nosotros.
Gillian Wearing. Self Portrait. 2000.
Gillian Wearing. Fotograma extraido de “Trauma”. 2000.
Bateman, como las criaturas embadurnadas de grasa de Matthew Barney en Cremaster, pertenece a ese mundo ficción/realidad, pero al quitarse la mascarilla facial ante el espejo, descubre su verdadero ser pernicioso. La aparición del doble hoy en día nace de la insatisfacción con la vida que llevas, con las cosas que anhelas. Ese doble es aquel al que nada de esto le importa y es esencialmente feliz prendiendo fuego a los contenedores bio.
El monstruo moderno tiene muchas facetas y muchas maneras de formalizarse en las obras de los artistas. Gillian Wearing se autorretrata en su obra habitando la vida de otros: una camarera, un teenager fan del hardcore o la dueña de una autocaravana. El trabajo de esta artista británica es excepcional y está depurado conceptualmente funcionando como un catálogo social desde su perspectiva personal. Sus caras enmascaradas miran de frente, firmes y en apariencia seguras pero llenas de vacío existencial. Las facciones de sus rostros son las nuevas ruinas románticas de las pinturas de John Constable. En Wearing asoma la incertidumbre del XIX como se asoman los excursionistas de Friedrich a los acantilados de la isla de Rügen. Sus personajes esconden las emociones detrás de una careta inexpresiva con una actitud entre amenazante y amenazada.
A Gillian Wearing. Self Portrait of Me Now in Mask. 2011.
En las figuras africanas de Jake & Dinos Chapman, lo que vemos es la cara ancestral del folclore perdido. En su caso, las piezas talladas en madera imitando el arte africano aparecen combinadas con elementos de logotipos comerciales como ídolos sagrados de una distopía. Galerías bien modernas como Peres Projects en Berlin, están curiosamente interesadas por el arte africano con todo lo desaparecido que estaba desde los cubistas. Por otro lado, los impresionantes maniquíes de los Chapman Two-Faced Cunt, Fuckface Twin o Tragic Anatomies tienen ese aura de representación del subconsciente. Las pieles y los cuerpos fundidos toman forma de mutante. Existe un juego en torno al tabú del sexo siniestro en zapatillas deportivas, juegos infantiles depravados.
Jake & Dinos Chapman. Tragic Anatomies. 1996. Cortesía de Jake & Dinos Chapman.
Jake & Dinos Chapman. One Day You Will No Longer Be Loved XVII. 2008. Cortesía de Jake & Dinos Chapman.
La misma inocencia perdida está en las blancanieves de Paul McCarthy, unas veces son grandes bustos derritiéndose y otras son interpretadas por performers en las bacanales de sus películas. En buena parte de su obra se barrunta la idea del monstruo, tanto en sus esculturas hinchables como en sus instalaciones. Los videos de McCarthy podrían ser los precursores conceptuales del notabilísimo trabajo de los jovenes artistas Lizzie Fitch y Ryan Trecartin. Su obra en conjunto es un mundo que se presenta entre interiores mundanos del ámbito de lo domestico, gimnasios y chalets adosados de la clase media norteamericana. Allí se pone en escena un teatro coral de personajes histriónicos, versiones demenciadas de fans de estrellas pop adolescente y faunos actualizados. Su trabajo propone un análisis sobre la superficialidad y la comunicación entre recursos formales youtubescos, aparentes errores digitales y cromas abruptos. De nuevo nos topamos con la visión crítica de la burguesía parecida al trabajo cinematrográfico de Harmony Korine. En Spring Breakers Korine representa un Doppelgänger coral de Britney Spears. Su amigo James Franco interpreta al fantasma sin sombra, una especie de tipo siniestro con dentadura metálica que lleva a las protagonistas a cruzar el rio de la sociedad hasta las tinieblas.
Cindy Sherman. Untitled #465, 2008. Cortesía de la artista y Metro Pictures, New York.
< Cindy Sherman. Untitled #355, 2000. > Untitled #359, 2000. Cortesía de la artista y Metro Pictures, New York.
James Franco tiene a su vez una obra plástica donde la infancia, la identidad y la cara b de la fama juegan un papel que funciona como un eje de todo el conjunto de su trabajo. Los maniquíes quemados o los autorretratos distorsionados son la consecuencia de la ingesta de la pócima del doctor Jekyll que da como resultado los actos de su Mister Hyde.
En los retratos de Cindy Sherman se vislumbra esa costra relativa a las clases sociales, el lado tenebroso de la asistenta o la abogada workaholic. La artista se disfraza y construye sus retratos sobreexponiendo las imperfecciones y exagerando las marcas de identidad, describiendo así sus arquetipos particulares. Smileys y emoji de aprobación para Sherman.
El papel de la identidad digital no está fuera del análisis de los artistas. En su obra An Unexpected Visit, el artista español Simón Garcia-Miñaur señala con mucha gracia e inteligencia lo que igual es uno de los asuntos más interesantes: un hombre croma de existencia anodina tiene un encuentro sexual con un amante 3D, es decir, insípida vida real vs excitante apariencia de tu yo digital.
Simón García-Miñaúr. Welcome to Introduction to Fractal Sex, 2015. Cortesía del artista.
Llegados a este punto adoro mencionar el show de tv Sálvame como ejemplo de Frankenstein actualizado. Hecho a base de cuellos pochos, pieles con poros obstruidos por años de espeso maquillaje y cicatrices escondidas detrás de las orejas. Ver aquello en HD y sin sonido es la lección de anatomía de Rembrandt contemporánea. Sus tertulianos, una vez desdibujados y entendidos solo como facetas perniciosas de un estrato de la sociedad, reflejan las mismas cualidades que las caras de Sherman. Asomarse aquí es contemplar el manierismo moderno. Un camino que Orlan ya inició con la relación entre cirugía estética y arte, operando su cara hasta ver en el espejo a su propio alter ego.
La aparición de internet implicó un punto de inflexión en la creación de nuevas identidades, porque es en la red donde cualquiera puede convertirse en otra cosa. Claudia Mate es una artista reseñable en la grieta artística del doble digital. Mujeres 3D sobre-musculadísimas, intepretaciones jocosas de Miley Cyrus o autoretratos con rostros digitales ultra-retocados forman parte de su catálogo de criaturas que tanto éxito ha tenido en las redes. De fondo se puede percibir una crítica destacable a la fama y al estado de bienestar.
Claudia Mate. Portrait at DDP(Seoul) for Camper. Foto Yohan Ji. Cortesía de la artista.
Claudia Mate. Fotograma del video “SuitPhases” *Unpublished Detalle. 2004. Cortesía de la artista.
En un orden semejante las creaciones efébicas de Stanley Sunday aka David Domingo aportan frescura al tema. Más allá de lo simpáticos que puedan resultar al espectador sus videos, no nos equivoquemos, reflexiona con puntería sobre el hedonismo, la ficción y las diferentes capas del ídolo. En la cabeza de Bruce Willis por ejemplo, un niño de voz robótica nos ofrece la cabeza del icono cinematográfico en bandeja de plata como hiciera Salomé con la cabeza de San Juan Bautista.
Stanley Sunday. Sin título. Fotograma de video. Stanley Sunday, 2016. Cortesía del artista.
Stanley Sunday. Sin título. Fotograma de video. Stanley Sunday, 2016. Cortesía del artista.
El Ecce Homo de Borja es otro monstruo pero este, exquisito y colectivo. Una obra de Art Intervention involuntaria y un fenómeno que nada tiene de broma. El interés desmedido que tuvo la accidentada restauración probablemente reside en varios puntos: la farragosa cara estofada del Señor, la candidez y el arrepentimiento de la autora y en tercer lugar, el hecho de que el error diese como resultado otra obra aún mejor, reinterpretada por el público. En último lugar y más relevante, la observación por primera vez del Doppelgänger de Cristo. Éste aparecía con expresión turbadora y se convertía de una forma pintoresca en El Grito de Munch. El propio Nietzsche no habría conseguido tanta repercusión cuando anunció la muerte de Dios. Del mismo modo en el conjunto de artistas y hechos artísticos hay también una creación colectiva involuntaria que constituye el relato común del monstruo moderno, quemado, pulido, podrido, brillante, untuoso, pura costra y derretido.
Texto Mit Borrás