CRÓNICA DEL CONCIERTO DE EDITORS EN LA SALA LA RIVIERA DE MADRID. Por Hugo Gañán
Eventos como este permiten ver en su hábitat natural a un curioso ejemplar de la fauna autóctona: el hipster madrileño. Su principal característica es la indeterminación. La barba ni larga ni corta, las gafas de pasta no demasiado cantosas y la camisa de cuadros, todas iguales, no en vano la uniformidad se adquiere en el H&M. Sin duda se trata de un espécimen surgido a raíz de la adquisición de Starbucks por el grupo Vips. Curiosamente esta fauna configura un público muy adecuado para una banda como Editors, que durante gran parte de su recital en la sala madrileña hicieron gala de la misma indeterminación. Entre el pop y el rock. Entre lo épico y lo cotidiano. La voz de Tom Smith parece la adecuada para alcanzar cotas más altas, pero en lo puramente musical, durante buena parte de la primera fase del concierto, el grupo de Birmingham sonó rutinario, funcionarial, sin duda lastrado por un frontman con un físico que no llega a donde le exigen sus cuerdas vocales y unos miembros de la banda contentos de sonar conjuntados y tachar una fecha más. O menos. Y así fueron echando canciones a la audiencia conectando vagamente en “Smokers Outside the Hospital Doors” o en “An End Has a Start” por más que Smith tratara de levantar el ánimo de la concurrencia subiéndose peligrosamente por el piano vertical. Este elemento, el piano, además de pedestal, también sirvió como herramienta con la que buscar una intensidad forzada. Sin embargo el panorama cambió tras “A Ton of Love”, sin duda la canción que Editors llevaban tres discos intentando encontrar. Desde ese momento el público dejó de sestear y comenzó a seguir a la banda, que si bien hubiera podido hacer con los asistentes lo que hubiera querido, pareció no tener energías, pero al menos les dio cierta ración de movimiento y sudor que justificara el costoso precio de las entradas, IVA incluido. “Munich” o “The Racing Rats”, aquí sí el piano cumplió su papel, consiguieron que la gente se moviera de lo que hasta el momento parecían marcas en el suelo. Y por fin “Papillon”, con su base dance, puso el concierto en el lugar que debía. Quizá un poco tarde sí, pero es muy probable que sea así como haya que acabar. Arriba, dejando a todos con ganas de más. Lo bueno es que, a esas horas, todavía quedaba algún Starbucks abierto en el que ahogar las penas.