ARCO 2020 ya está aquí. Y, como siempre en estos casos, la feria de arte contemporáneo más importante de España es la excusa perfecta para que Madrid se vista de gala, todos los centros saquen sus mejores exposiciones y la ciudad se vea saturada de propuestas y ofertas artísticas de todo tipo. Para los que no tengan tanto tiempo o ganas de verlo todo, os dejamos una pequeña selección de lo que no hay que perderse fuera de los pasillos de la feria.
De entre la notable programación de CentroCentro, con una completa muestra de Rosana Antolí, una más que interesante exposición comisariada por Laura Vallés Vílchez y una potente propuesta a cargo de Beatriz Olabarrieta, destacamos sobretodo el trabajo de Patricia Domínguez. Un propuesta que, para ser sinceros, no convencía a priori demasiado a quién aquí escribe, un poco cansado de esta tendencia, tan presente en los últimos tiempos, al angelismo post-antropocénico, al transhumanismo digital y a un cierto ecologismo de circunstancia.
Imagen superior: Patricia Dominguez. CentroCentro
Sin embargo, Domínguez consigue afrontar algunos de estos temas evitando el moralismo simplón y los excesos místicos que en algunos casos deslegitiman una reflexión sin embargo claramente necesaria. A medio camino del tótem, la instalación y la creación de un universo futurista y mágico, la artista logra presentar unas piezas en las que lo conceptual (las coletas, los dibujos, las rosas) se alía de manera muy interesante con lo formal (varias de sus esculturas/altares con video) creando una especie de gramática simbólica de un mundo tecno-natural de lo más acertado.
Patricia Dominguez. CentroCentro
El espectador entra en las salas cómo quien entra en un cuento, un cómic o el set de una película. Pero una película que tenemos que imaginar nosotros y que nos habla tanto de un universo dominado por los robots y la tecnología como de la posibilidad de un diálogo más justo con lo natural. Todo ello con un uso de las formas clásicas y las figuras históricas que parece borrar suavemente la diferencia entre el pasado y el futuro, dejándonos en un limbo de imaginación y expresividad. Un verdadero acierto para los escépticos, como yo.
De nuevo, y ya no es una sorpresa, no podemos dejar de aconsejar una visita, larga y completa, a Tabacalera. Larga y completa, decimos, porque las tres exposiciones que allí se presentan, cada cual a su manera y con su forma, resultan de lo más interesantes. Centradas en la imagen, la representación y el lenguaje, cada una de ellas, de manera independiente, ofrece un perfecto recorrido sobre la manera en la que miramos, comprendemos y representamos el mundo que nos rodea. Empezando por la sutil muestra “Mujeres fotógrafas. Una historia contada a medias”, comisariada con mucho gusto y cuidado por Antonio Molina-Vázquez, que recoge el trabajo fotográfico de nueve autoras de diferentes generaciones en un espacio tan complejo y fructífero como unos baños abandonados. Deambulando por salas oscuras y recovecos enigmáticos, el espectador descubre imágenes proyectadas y videos sensibles, entre los que destacan el gran trabajo de Carmen Calvo y Carla Andrade.
Mucho más conceptual, pero tan bien presentada como esta primera, resulta “Technical Images” de Almudena Lobera, comisariada por Marta Ramos-Yzquierdo. Una propuesta que nace de una residencia en Tokio y que, como siempre con el trabajo de la artista, ofrece una mirada compleja y minimalista sobre la escritura y la representación, con una fuerte referencia al lenguaje digital y su relación con los códigos literarios tradicionales japoneses y el inglés, como nueva lengua franca. La muestra, dividida en cuatro partes o capítulos –Reading, Typing, Translating, Tracing-, ofrece una serie de sugerentes cuadros así como unos videos escultóricos en los que las formas dialogan con los gestos y la creación propia de todo lenguaje.
Para acabar, nada mejor que deleitarse con la impactante retrospectiva dedicada a Joan Rabascall cuya impresionante primera obra (literalmente una montaña de bolsas de basura con teles) nos acoge, de lo alto de su poder visual y su verdad narrativa, en el hall de entrada. Una propuesta expositiva de grandísima coherencia en la que el espectador puede ver perfectamente la reflexión que el artista catalán, afincado en París, ha ofrecido entorno a la imagen -su uso, sus códigos, su gramática- ya sea a nivel publicitario, comunicativo o simplemente pictórico. Se ha prestado una especial atención a la figura de la televisión cuya omnipresente presencia se encarna a través de pantallas, fotos, representaciones, instalaciones y hasta en una colección de juguetes. Una exposición imprescindible para comprender lo que se llamó la “sociedad del espectáculo” y la manera en la que hemos aprendido a mirar, pensar y comunicarnos a través de ese pequeño aparato que, durante muchas décadas, estuvo expuesto en nuestro salón. Un acierto de pensamiento crítico, humor, impacto visual y coherencia conceptual.