¿Lo habéis visto? Hasta el rey se ha apoyado ya en una barra durante su Corona Spain Tour. Obligado, claro, en su tragedia –la que queramos imaginar— borbónica institucional. Todo muy de nueva normalidad. El verano nos derrite por momentos y el cuerpo sólo pide barbacoa, gastronomía helada, sandías como sandías y rebujitos sin feria y olé.
Ya que los bufés son satanás en tiempos de virus y las mesas de los restaurantes se han quedado en cueros, extendamos nuestro mantel de cuadros allí donde podamos. Es momento de tartera, pechugas empanadas y hormigas en la tortilla de patata.
La cosa se acelera. Berasategui vuelve a agitar garrote, Cocinandos (León) se desdobla en Cocinandos Parrilla, DiverXO abre sus reservas, y 50 Best subasta experiencias y packs gastronómicos de todo el mundo para recaudar fondos. La cocina más top empieza a tomar temperatura.
Porque el fuego es tendencia. Prolifera además la experiencia, ya vemos, palabra que se ha vuelto odiosa pero que no parece estomagar a los emprendedores.
Imágenes superiores: Fotograma de la serie Comida Salvaje. Uno de los platos de Berasategui.
Nace inBite, una plataforma que pretende hacer más refinado el delivery en Madrid y que, con reparto propio, suma restaurantes tan guays como Pólvora, Gaytán, Le Bistroman Atelier, Soy Kitchen o Askuabarra. Va más allá con la opción de meter al chef en casa, de montar una barra de cócteles o de sake, o de hacer un showcooking. Su radio de acción se amplía a la M50. ¡A tope de experiencia!
Los kits para ser devorados en casa tampoco son lo que eran. Salino Encaja, de los hermanos Aparicio, promete, ejem, una “experiencia gastronómica diferente” con sus cajas degustación que incluyen mise en place y un código QR con el vídeo de Javier Aparicio para saber terminar y emplatar el menú. Hay que ser diferentes, demostrar cercanía, ser cocineros más humanos. Como Chenoa.
Imágenes superiores: Los chefs Mauro y Julia Colagreco, seleccionados por World’s Best Restaurant, y uno de sus platos. Fotos: Matteo Carassale y Eduardo Torres
Marcano lo es. Muy humano, queremos decir, no es que sea como Chenoa. En el mismo barrio de Retiro, tiene ahora un delivery muy recomendable que despliega una ventresca de bonito en escabeche de txacoli que ya nos pone contentos. Juana la Loca, el clásico bar de pintxos de La Latina, acaba de lanzar su servicio #juanalalocaencasa con el que, además de una sardina ahumada o un bao de soft shell crab, te puedes ir al campo con una tortilla tamaño familiar, la suya de siempre, tan jugosa y masticable a la vez. Puede ser media o varios pintxos, pero mejor entera, gigante, que la excursión da un hambre atroz. Aunque sea a la piscina de La Elipa.
Imagen superior: La mítica tortilla del restaurante Juana la Loca, preparada para delivery.
Para gesto humano, de los de tocar la patata, el de Casa Carmela, en el barrio de San Blas. La crisis provocada por la maldita pandemia animó a esta casa de comidas a ofrecer menús solidarios para niños a 3 euros. Esta acción Comida Para Todos ha conseguido entregar hasta 75 menús al día, un logro que dignifica la fuerza colaborativa de los barrios.
Y en el extremo opuesto, el mundo post-Covid nos deja a un Kentucky Fried Chicken de Moscú completamente robotizado y dando una sensación de higienización inversamente proporcional a la ingesta de triglicéridos de cada uno de sus cubos. Quien haya entrado alguna vez en un Yotel, la cadena de hoteles ultratecnológicos, le sonará la imagen inquietante de sus brazos autómatas, el calor de hogar del comensal y del huésped más misántropo.
Pero odiar a la humanidad está muy feo. En un artículo reciente del Washington Post –así nos las gastamos, después de repasar el Cuore tumbados en la hamaca, por supuesto— Tamar Haspel analizaba el problema de obesidad que asola la sociedad estadounidense. Sus conclusiones dejan en muy mal lugar al sistema, tan hostil que parece alimentarse de odio, del que forma parte desde las administraciones implicadas en los lobbies a los mismos periodistas que promocionan dietas milagro. Incluso los médicos, que además de decirnos qué no comer podrían decirnos cómo no hacerlo. “El problema no es la dieta, sino el entorno. Y una pandemia que destruye el medio ambiente es una oportunidad extraordinaria para remodelar la normalidad”. No sólo de arriba abajo sino al revés. Lo malo no son los donuts en sí, sino su ubicuidad. Y todo puede pasar por hacernos mejores cocineros. “Tú tienes el control”, acaba por decir la columnista.
Imagen superior: Fotograma de la serie de animación Beastars
Se hace lo que se puede, amiga Tamar. Ya que al parecer el teletrabajo se puede estar cargando el menú del día, no nos queda otra que avezarnos. Ya estamos viendo capítulos de Comida salvaje, el programa extremo de DMax en el que dos aventureros chalados son capaces de montarse un festín en mitad de Alaska o de Malasia a base de lo que da la madre naturaleza. Corteza de árbol, algas podridas, gusanos, alguna baya, un cangrejo pocho y a funcionar. No sé yo… Aunque casi mejor esto que dejarnos llevar por las masterclasses de Alice Waters y su evangelio snob del slow food dichoso. La chef de Chez Panisse es capaz de hipnotizar al personal hasta convencerle de perder el tiempo preparando la fuente de frutas perfecta. Porque sí. El mundo no necesita esto. ¿Y a Tamara Falcó? Estaba tardando en ponerse de nuevo el delantal frente a una cámara. ¿Será ella fan de Beastars, la serie de animación más (carnívoramente) culpable? Ojalá. ¿Se despertará por las noches empapada en sudor recordando sus desasosegantes diálogos? “¿Es posible que alguien se me coma sin aún haber sido amado por nadie?”.