Todos conocemos la extravagante imaginación nórdica de la polifacética Bjork. Algo hay en ellos que los acerca a la naturaleza, a la nostalgia, a la melancolía, pero también a la luz y el color blanco. Como Katrín Sigurðardóttir y su muestra “High Plane IV” en la Listasafn (Galería Nacional) Íslands (de Islandia) en Reikiavik.
Pensemos en los países nórdicos desde nuestra perspectiva peninsular del sur dejando atrás en el mito de las suecas en las playas de la España franquista y en las películas de Paco Martínez Soria. Islandia, sin embargo, no forma parte del imaginario sur europeo como parte de ese paraíso nórdico de rubias y muebles de Ikea. Más bien nos transporta a un paisaje polar. No obstante, hoy por hoy, el país situado entre Groenladia y el noreste de Europa, con unos 350.000 habitantes se ha convertido en un paraíso terrenal progresista. Gobernado por mujeres y abanderando in extremis de la justicia social, hasta el punto de destituir la usura del sistema bancario.
Este pequeño pais también tiene sus artistas y sus museos, como es el caso de la Galería Nacional de Islandia. Pues bien, Listasafn Íslands muestra la seductora instalación de gran formato High Plane VI de Katrín Sigurðardóttir, que forma de su colección desde 2005. La pieza, que forma parte de una serie de obras similares con el mismo título —de ahí el número IV—, se ha adaptado al espacio expositivo cubriendo todo el techo y localizada muy por encima de las cabezas de los espectadores. De hecho, al entrar a la sala solo se ve un techo de madera y un par de escaleras que lo alcanzan.
Los visitantes deben subir una de las dos escaleras y sacar la cabeza por un agujero para ver la obra. La percepción es estar sobre las nubes, sobre la cima de las altas montaña azuladas. La obra evoca lo puro e intocable al tiempo que alude a las diversas perspectivas y puntos de vista de los individuos, reflejando así las continuas diferencias entre personas, culturas y modos de vida. Así mismo, el público ha podido disfrutar de las variaciones que las condiciones de luz cambiante de las estaciones del año en Islandia infunden a la pieza. Desde la oscuridad total del invierno, hasta el sol de medianoche en verano, ya que ha estado en exposición durante un año, desde febrero de 2020 hasta finales de enero de este reciente estrenado 2021.
Katrín Sigurðardóttir ha explorado durante años los efectos de la percepción en sus trabajos. La primera de esta serie, datada en 2001, High Plane evoca los vínculos entre las personas y la naturaleza. La relatividad de las dimensiones y del entorno es un elemento importante de la obra de Katrín. En esta instalación número IV, aborda un tema clásico de la pintura islandesa: las montañas y el azul de las vistas lejanas, así como la constante proximidad de la artista a la naturaleza de su país.
La instalación me recuerda a otros artistas nórdicos, cuya obras en general giran entorno a esa nostalgia nórdica por la belleza intrínseca de la naturaleza y, como no, también a la melancolía que impregna las obras del vanguardista noruego Edvard Munch o del cineasta sueco Ingmar Bergman.
El proyecto forma parte de la iniciativa de la galería de exhibir obras de gran formato de artistas contemporáneos islandeses pertenecientes a su colección permanente. Sin duda una bocanada de aire fresco para el disfrute más allá de espacios físicos y temporalidades digitales en tiempos convulsos y pandémicos. La exposición se inauguró casi paralelamente a la explosión del coronavirus, con el que ha convivido a lo largo del año que acaba de finalizar. Una muestra que aboga por desligarse de los objetos artísticos y centrarse en contenidos experienciales, como el disfrute de tocar las nubes.