VIDA Y MUERTE DE UN SENCILLO HOMBRE BUENO
Que esta película juegue a no tener ninguna pretensión es algo que se descubre en la primera escena. Si además añadimos que su argumento gira en torno al día a día de un sacerdote irlandés al frente de una comunidad de feligreses díscolos, a los que se enfrenta constantemente y donde uno de ellos le anuncia en secreto de confesión que le va a asesinar, quizá puedas pensar que estás o ante el tostón de la semana o frente a la joya del mes, pero no, Calvary es mucho más que eso y no estoy de coña. La cinta es el segundo largometraje de John Michael McDonagh, una curiosa comedia de humor negro, con un plantel de actores irlandeses como parroquianos de dudosa moral, en una cinta que recurre a los elementos que más pirran al cine indie o menos mainstream: ambiente rural, brochazos tragicómicos, un desfile de personajes variopintos y un hilo conductor simple pero que esconde un misterio o guiño oscuro al final del viaje. Un cuadro de saloncito comedor en el que nos imbuimos desde el primer minuto y que gracias a un guion firmado por el director y unos actores a la altura de lo que se espera de ellos, el calvario se transforma en gozo y el gozo en saber que no estamos tirando el dinero en un film que ni chicha ni limoná. Al contrario, Calvary es de esas apuestas por un cine independiente, sobrio y que encomiendan todas sus boletas a un solo caballo ganador, que en este caso tienen en el actor Brendan Gleeson, como padre James Lavelle, auténtico diamante en bruto sin querer pulir de esta película sencilla y complicada en su misma dosis. Una actuación que pese a contenerse en algunos puntos, resume lo que la profesión actoral puede ofrecernos en la gran pantalla. Actor con mayúsculas que defiende su sotana hilvanada como una mano a su guante y donde demuestra sobradamente su talento. Una película que no aburre pese a la lentitud de alguna de sus escenas y que apoyada en unos diálogos que hacen de ella el verdadero tirón para el público, no sería lo mismo sin una cuidada fotografía sellada por Larry Smith y una banda sonora con Patrick Cassidy al cargo. Sin ser una obra que a todos guste o incluso rozando esa delicada línea que podría calificarla de veneno para la taquilla, Calvary gusta al más entendido, aburre al que busque movilidad y encuentra el punto de encuentro de ambas opiniones en que los secundarios están mal dibujados y podrían ser fácilmente prescindibles, pese a que nos quedáramos sin película. Con Brendan Gleeson y su sotana negra como futuro se le dibuja, tendríamos para disfrutar largo y tendido. Recomendable para un domingo de fe y recogida.
Hoy, viernes 6 de marzo, ESTRENO