BLACK MOUNTAIN

AVANZANDO CON PASO FIRME HACIA EL PASADO

Keith Moon tuvo la ocurrencia de bautizar a Led Zeppelin, al dirigible de plomo. Si el batería de The Who siguiera con vida, podría haber descrito a Black Mountain como un elefante alado. Su último disco, Wilderness Heart, suena suave como un aleteo pero de pronto se posa con la rotundidad de un paquidermo. Estaba claro que el heavy metal tenía que haber evolucionado en algo que no fuera algún subgénero con adjetivo desagradable (trash-metal, death-metal, goth-metal). Como los australianos Wolfmother, Black Mountain parecen sentar sus bases en lo más clásico del género, mezclarlo con influencias igual de clásicas para acabar creando un estilo moderno pero con un fuerte sabor ácido. Algo como Deep Purple con Grace Slick o MC5 con Arthur Lee. Y así discurre el tercer trabajo de la banda canadiense, entre momentos de rock duro de vieja escuela como Old Fangs y otros de folk contenido como Radiant Hearts. El teclista Jeremy Schmidt, argumenta que todo se debe a que “cada uno tenemos nuestros propios proyectos y maneras distintas de trabajar. De pronto estamos de acuerdo en algo y surge una canción.” Es más probable que la culpa la tenga en realidad la producción de Dave Sardy y los “amplificadores y guitarras de los sesenta que Sardy colecciona y mantiene en perfecto estado”, como admite el bajista Matt Camirand. Sin embargo cinco tipos aportando su diferente visión, más dos productores e instrumentos de época pueden provocar cierta confusión, como si todo el conjunto no acabara de acoplarse, Y más que nadie, el juego de voces entre Amber Webber y Stephen McBean que nunca llega a establecer un diálogo, si no una secuencia a veces artificial. En cualquier caso, Wilderness Heart es de esos discos que despiertan una parte de tu cerebro en la que reposa el pasado y eso siempre está bien.