Paul Verhoeven, el director de Instinto Básico, vuelve hoy a las salas de cine con Benedetta. Una película, cuanto menos original y punk, que busca demostrar que el sexo y la fe tienen más cosas en común de lo que pensábamos.
“Dios aprieta pero no ahoga”. “A Dios rogando y con el mazo dando”. Son refranes que nos han acompañado desde tiempos inmemoriales. Al igual que la fe y la Iglesia. ¿Quién no ha tenido un catecismo? ¿Cuántos de nosotros tienen la típica foto de comunión con un libro de nácar hortera entre la manos?. La respuesta es, al unísono: sí, somos. Todo lo religioso forma parte de nuestra cultura, cual tirita difícil de arrancar y que, si tiras muy fuerte y a golpe de provocación, aparecen marcas.
La historia de Benedetta Carlini es una de esas que dejan poso y que sorprenden por su incesante provocación al espectador más fanático. Aviso: Absténganse miembros del Opus Dei y señoras que todavía se ponen mantilla para ir misa. El ya octogenario Paul Verhoeven pone de nuevo el sexo y su exploración como principal protagonista de una de sus obras. Pero esta vez es una experiencia religiosa made in Italy, a lo House of Gucci.
En tiempos de peste y Contrarreforma, Verhoeven articula con Benedetta un relato, basado en hechos reales, en el que aborda la homosexualidad, la pasión desenfrenada, la puesta en abismo de la fe y la muerte, real e importada, como sanación y vía de escape. Un cóctel que parece de lo más provocador y que, en realidad, solo escandalizará a las más beatas.
Un convento de la ciudad italiana de Pescia (Toscana) sirve como telón de fondo. Una orden de monjas, preocupadas más de las dotes y de la disciplina que de Dios, y capitaneada por una abadesa interpretada de manera sobresaliente por Charlotte Rampling, son las protagonistas. Sin embargo, hay solo una iluminada del Santísimo en el rebaño: la hermana Benedetta. Cuando llega a la orden solo es una cría. Eso si, una niña que tiene conexión de alta velocidad con la Virgen y con Jesús.
La figura de la monja que ve a Dios ha sido representada muchísimas veces en el cine y en la literatura, pero ninguna de una manera tan radical, libre y despreocupada como en Benedetta. El film expone asuntos que todos intuimos que ocurren entre órdenes, pero de los que nadie se atreve a hablar. El director, apoyándose en esta fascinante historia, abre varias lineas de conversación y las dota de un aroma de lo más punk pero sin perder de vista lo más puramente tradicional.
De esta manera, como espectadores podemos observar la homosexualidad en el siglo XVI, las dudas de fe, la conveniencia, el poder desenfrenado de la Iglesia y, sobre todo, el papel de la mujer y su invisibilidad. Porque si, amigas, esta película si le quitas lo provocativo, tiene un mensaje muy pero que muy interesante y aleccionador. Sin duda, la mano de Virgine Efira, guionista e interprete de Benedetta, se nota de manera notable en el libreto, abriendo estigmas a tratar más profundos que los de la protagonista.
Lo femenino se convierte, así, en el tema con mayusculas de Benedetta. Cómo se articulan las relaciones entre mujeres, cómo experimentan su cuerpo, cómo viven su sexualidad y cómo se las tortura por tocar la libertad con la punta de los dedos son solo algunos de los debates abiertos en la película.
Benedetta de Paul Verhoeven es una película rupturista, pero no por el sexo, la homosexualidad y la pornografía visual constante, sino por las conciencias que remueve a golpe de imagen. Pero, sin lugar a duda, la reflexión más potente que deja al espectador es: ¿cómo en 2021 nos siguen escandalizando estas cosas? Pasen, piensen y vean Benedetta con la mente abierta. Les va a sorprender.