AMOR GANA EL GLOBO DE ORO A MEJOR PELÍCULA DE HABLA NO INGLESA
¿Es o no es casualidad que los términos “vejez” y vejación” compartan lexema? Desconozco la etimología de ambos, pero lo cierto es que, en una sociedad tan acomodaticia y utilitarista como la nuestra, estas dos realidades se solapan con una frecuencia silenciosamente obscena. Quizá haya sido esto lo que ha movido a Haneke, demiurgo en la disección de la interrelación entre las profundidades de la psique humana y su creación de verdades colectivas, a tomar el proceso de deterioro de una anciana (y sus implicaciones colaterales) como eje temático de su última película. Todo ello, eso sí, con una importante novedad: si hasta ahora su obra se asociaba con un descenso a los abismos más escabrosos del alma, “Amor” se diferencia por tener como protagonista, por primera vez, a un espíritu límpido y su incondicional entrega a la devastadora causa que supone el cuidado de su mujer en sus últimas semanas de vida. Un enfoque que, con todo, no implica la renuncia del director a su (comprensible) amargura existencial, patente en detalles como el desapego de la cuidadora hacia su paciente o la condescendiente estigmatización de la llamada “tercera edad”, eufemismo bajo el que subyacen un condescendiente sentido de superioridad y una degradante desconfianza hacia su capacidad funcional, encarnados ambos en el personaje de Isabelle Huppert. Con un mesurado equilibrio entre la explicitud del sufrimiento de la anciana y el rechazo al exhibicionismo sensacionalista, la película muestra la dolorosa disociación entre los mecanismos del cuerpo y de la mente propios de la vejez, hasta que la segunda acaba también, por fortuna las más veces, siendo presa del desgaste. Un dilema que ya fue reflejado por Julian Schnabel en la desgarradora “La escafandra y la mariposa”, basada en la autobiografía homónima del periodista Jean-Dominique Bauby a raíz de su embolia, pero que resulta especialmente desasosegante en “Amor“ por su inherencia a la condición humana y la conciencia de que, ineludiblemente, todos atravesaremos semejante erial.