Amalia Pica (1978, Neuquén, Argentina) forma parte de ese grupo de artistas latinoamericanos (Damián Ortega, Jorge Macchi y un largo etcétera) que ha posibilitado un nuevo renacer artístico y cultural al otro lado del charco. Ella ha expuesto, en un lapso temporal de menos de cinco años, en los principales museos de arte contemporáneo del mundo, confirmando su consagración por todo lo alto.
Latinoamérica. Me siento cómoda en la definición de ‘latinoamericana’, me gusta reconocerme en eso; pero aún me molesta que siempre, a los que no somos europeos, se nos pregunte esto. Ahora, por ejemplo, me parece urgente que Europa se pregunte esto a sí misma. Que sean los artistas europeos los que tengan que pensar en este proyecto utópico (Europa) que se está desmoronando. Y como artista que ha trabajado varios años en ese continente, me encantaría poder contribuir con mis pensamientos sobre el tema. La pregunta sobre Latinoamérica – que es hasta el día de hoy una pregunta teórica ya que no existe una unión latinoamericana – , no me parece tan necesaria, pero creo que es un tic eurocéntrico, seguir derivando esta pregunta identitaria a los demás.
Lenguaje. Me interesa la pregunta de si el arte opera como lenguaje. Esto es, ver si la imagen funciona como la palabra. ¿Podemos reconocer lo visual como entendemos las palabras? Aspiro a llegar lo más lejos posible. Quiero que mi obra sea accesible para gente especialista en arte contemporáneo, pero no quisiera dejar afuera a gente que no tiene un conocimiento específico pero sí un interés sincero para con ella.
Educación. Es algo recurrente en mi trabajo. Ser artista conlleva, muchas veces, dar un paso fuera del sistema de instituciones que ya existen; un paso que implica, también, estructurar por sí mismo la propia práctica artística. Paradójicamente, al intentar inventar mi propio sistema de trabajo, me di cuenta de que yo me había educado en él, de forma que no dejaba de ser un intento por romper con una parte de mí misma. Yo he sido educada en la escuela pública, que en Argentina se ha caracterizado, en general, por una fuerte homogeneización del imaginario colectivo. La educación no es inocente, por el contrario, es un arma cultural muy poderosa. Y esta se construye a través de imágenes, al igual que nuestra memoria. Utilizar determinadas formas y colores en mi obra responde al deseo de llevar al espectador a repensar ciertas cosas, a reflexionar sobre ellas.
Forma. Para mí es muy importante la imagen. Y el impacto de aquella en lo que recordamos. Si me preguntas por referentes, te hablaré de los artistas que trabajaban en las décadas de 1960 y 1970 en América del Sur. Y te diré que en Latinoamérica, incluso en la Modernidad, nunca existió separación entre forma y contenido.
Por otro lado, la performance, es muy recurrente en mi trabajo. En algunos casos las piezas se completan cuando las activa un grupo de personas. Y el público observa esas acciones, en las que reflexiono sobre el objeto y la interacción humana con el mismo, en el mejor de los casos sintiéndose testigo y cómplice en el proceso. Todo lleva, al final, a un mismo punto: la importancia de vivir la experiencia física de la obra de arte y la capacidad de lo visual de dejar improntas en nuestra memoria.
Imágenes cortesía de la artista y Marc Foxx Gallery, Los Angeles. Foto Robert Wedemeyer.