Un disco que merece la pena pararse a escuchar: “Songs in the dark” de The Wainwright Sisters
Las prisas se han apoderado de nosotros en un tiempo en que precisamente, este, es justo lo que nos falta. La rutina frenética y las ansias por llegar, todavía no sé muy bien a dónde, nos arrastran hacia un huracán de estímulos a gran velocidad, entre los que se nos complica la tarea de distinguir esos pequeños detalles ante los que merece la pena detenerse. Enredados en pleno automatismo de los últimos coletazos de este 2015, aparece de repente un disco llamado Songs in the Dark (PIAS, 2015) que firman The Wainwright Sisters, dos jóvenes canadienses llamadas Martha y Lucy, que comparten padre -Loudon Wainwright III- pero que nacieron del seno de dos mujeres que han completado la misión de transmitir en sangre y aptitud a sus hijas la apasionante virtud de hacer música; y hacerla sublime. Martha Wainwright es hija de Kate McGarrigle, cantante y compositora de la escena folk canadiense y también madre del archiconocido Rufus Wainwright. Por su parte Lucy ha heredado de su progenitora, Suzzy Roche, la sensibilidad artística que esta ha demostrado durante años al frente del trío The Roches. Todos ellos, de una manera o de otra, han contribuido a dar forma a esta obra maestra que es Songs in the Dark, el álbum debut de las hermanas Wainwright que habita en los recuerdos y se viste de matices de presente a base de hillbilly y country.
Temas escritos por sus madres, canciones de cuna que estas les cantaban cuando eran niñas, composiciones del padre de familia, versiones de los clásicos del bluegrass… y así hasta dieciséis pistas por las que corre un ADN plagado de dulzura, maestría lírica y una sencillez instrumental que sobrecoge. “Prairie Lullaby”, original de Jimmie Rodgers, y “Hobo’s Lullaby”, de Goebel Reeves, son las encargadas de abrir este bálsamo musical, entre aires de épocas pretéritas, folk exquisito y delicados acordes de guitarra. Sabores americanos que nos remontan a los años de inocencia que también regresan implacables en temas como la inmortal “El Condor Pasa”, popularizada por Simon & Garfunkel y que las chicas actualizan suaves y desgarradas. A lo largo de todo el álbum se respira un halo nostálgico de tiempos pasados y, sin duda mejores, que te sumergen en la melancolía y el deseo de volver a ellos: “Lullaby”, “Lullaby for a doll”, “Runs in the familly” y “Baby rocking medley”. Armonías preciosistas, juego de voces espléndidos y deliciosos, segundos para la alegría y minutos enteros para la regresión. La pureza vocal llega con las intensidades de la triste “Screaming Isuue” y la prueba irrefutable de que estamos antes dos grandes voces , con “Long Lankin”, interpretada a capella.
De la obra de Townes Van Zandt han tomado prestada “Our mother the mountain” en una cover dinámica y guitarrera. Y bajo ese mismo cielo del oeste han ido rescatando canciones de Richard Thompson (“End of the rainbow”), Cindy Walker (“Dusty Skies”) o Irving Berlin (“Russian Lullaby”) para poner punto y final al disco a manos de la tradición. Y en ese arraigo permanecen actuales canciones populares como “All the pretty little horses” o “Go tell aunt Rhody”. La elección de todas y cada una de estas canciones, y su personal interpretación, bordan el sentido de The Wainwright Sisters sobre lo atemporal e imperecedero. La victoria de la permanencia infinita del pasado frente al progreso, porque este, algún día, terminará convirtiéndose en pasado también. Un sonido eterno, en unas cuantas canciones que suenan a una casa en el bosque -como la de su portada-, a un oasis en el desierto de la metrópolis, a una vela en la noche o a un bonito recuerdo que nos acecha hoy.