La guerra de la noche, encima de la mesa. La gastronomía, tan en nuestro ojo del huracán, es proclive a la reinvención, al cambio evolutivo en chicha o en aspectos formales como el de fijar horarios de contacto con el público. Cae la noche y conceptos como recenar o trasnochar frente a un mantel hacen preguntarse si hay restaurantes de guardia que satisfagan dicha demanda nocturna.
A la gente le ruge el estómago y necesita combustible. ¿A dónde deben dirigir sus pasos estas aves noctámbulas? Cuando la medianoche se queda corta la solución es un horario más laxo para alimentar al personal en cualquier renuncio o en el más envalentonado de su deambular. Pero no es sólo cosa de la clientela ociosa que se ve desorientada cuando el bar o el espectáculo de turno tocan a su fin, sino la voluntad de un público que una vez fuera de la oficina busca prolongar las horas extra con un último bocado. Y es que no se trata de encontrar locales sin el cierre echado, sino que no desilusionen con la odiosa frase: “la cocina está cerrada ya, caballero”. Esta fórmula es pasto de franquicias fast food, pero hay vida más allá si se sabe escarbar la superficie. En zonas de copeo o de cartelera de espectáculos, muchos de estos restaurantes late night apenas se anuncian y como si vivieran una suerte de clandestinidad social son frecuentados por connoisseurs y parroquia fiel. Esta cocina suele ser más reconfortante que refinada, se devora ansiosamente pero con comodidad, sin florituras y muchas veces hasta sin cubiertos. Reconozcámoslo, ha de tener la capacidad de absorber cierta concentración alcohólica tras una noche de ingesta generosa.
Texto: Miguel A. Palomo
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Esta foto: Casa Carolo. Foto inicio: La Carmencita
Tables for night owls
The war of the night, on the tabletop. Gastronomy, so very in our eye of the storm, is given to reinvention, to evolutionary change in ingredients or in formal aspects like that of fixing timetables for the public. Night falls and concepts like a second dinner or staying up late in front of food make us wonder if there are any 24 hour restaurants that truly satisfy the said nocturnal demand.
People’s stomachs are rumbling and they need fuel. Where should these nocturnal creatures head? When midnight isn’t late enough, the solution is a more flexible timetable to feed people on the spur of the moment or in their bravest of wanderings. But it’s not just the leisurely clientele that see themselves disoriented when the bar or night’s events come to a close, but the will of a public that, once out of the office, seeks to prolong the extra hours with one last bite. Because it’s not about finding places without the bolt drawn, but rather that they don’t disappoint with that hateful line: “the kitchen is closed, sir”. This formula is fodder for the fast food franchises, but there’s life beyond that if you known how to scratch beneath the surface. In areas with lots of bars or with theatres, many of these late night restaurants are barely even advertised: as if they were enjoying an excess of social clandestinity they are frequented by connoisseurs and a loyal flock. This kitchen tends to be more comfortable than refined, diners devour anxiously but cosily, without flourishes and often even without cutlery. But let’s be honest, it has to have the ability to absorb a certain level of alcohol concentration after a night of generous boozing.
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