LA ELECTRÓNICA DE CARIBOU Y EL EXTRAÑO POP DE ALT-J, GRANDES TRIUNFADORES DE LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL FESTIVAL
Si hubo algo que marcó la diferencia entre las primeras y últimas jornadas del Primavera Sound fue, sin duda, la cantidad de gente que se juntó en el Parc del Fórum. Como suele ser habitual, viernes y sábado son más propicios para todos aquellos que únicamente desean ver a alguno de los cabezas de cartel, y eso se notó especialmente en los conciertos de los escenarios principales, que se llenaron casi al completo en algunos momentos. Donde también se notó esta afluencia de público fue en el primer concierto con más tirón de la tarde, el de José González. Por alguna razón, la organización decidió que el Auditori era el lugar perfecto para el sueco, lo que provocó interminables colas, tanto como para coger la entrada -para la que inexplicablemente había que pagar dos euros más- como para acceder al recinto. Alguno incluso se preguntaba si era posible que toda la gente que esperaba bajo el -de nuevo- abrasador sol cupiera dentro. Afortunadamente, todo el mundo tuvo su asiento y durante una hora se pudo disfrutar de un concierto íntimo donde el cantautor, acompañado de una sensacional banda, navegó con delicadeza y cariño por sus canciones. Puede que fuera la excelente acústica del escenario, la forma de cantar de González o el ambiente creado, pero la emoción que se vivió en la penumbra del Auditorio hizo saltar las lágrimas de más de uno. En el fondo, la música va de esto.
Jose Gonzalez. Foto: Santiago Periel
Para despojarse de tanto sentimiento y buscar un espíritu más festivo, mucha gente decidió continuar su periplo con el concierto de Ex Hex, en el escenario Pitchfork. Puede que fuese casualidad que Sleater-Kinney actuaran unas horas después, pero el morbo estaba servido, después de que Mary Timony diera carpetazo a Wild Honey, la banda que formara con Janet Weiss y Carrie Brownstein. De cualquier manera, el power-trío apareció en el escenario con ganas de hacer lo que mejor saben, un punk melódico heredero directo de Ramones y con los toques armónicos de los mejores Queers. La cosa funcionó durante casi todo el concierto, a base de canciones rápidas, muy buen sonido y sobrada actitud. Fue quizás el final la peor parte, donde se dejaron llevar más por el ritmo que por la armonía.
Patti Smith. Foto: Eric Pamies
Después del movimiento y la energía gastada con las americanas, llegaba el turno para algo, en principio, más tranquilo, en vistas de lo que aún faltaba para acabar la jornada. Se empezaban en aquel momento a producir las primeras decisiones importantes: ¿The New Pornographers o Patti Smith? Al final la nostalgia fue la vencedora, y en pocos minutos el escenario Heineken se llenó de una marea intergeneracional que no quería perderse a una auténtica leyenda viva. El hecho de que el concierto supusiese la interpretación íntegra de Horses, primer álbum de la de Chicago, le añadía un punto más si cabe. Los que no sabían lo que se iban a encontrar se sorprendieron gratamente cuando, con una tranquilidad pasmosa, aparecía Patti Smith de negro impoluto, sólo roto por su blanca y larga melena. Siguiendo el estricto orden del disco, Gloria fue la primera canción en sonar, entre la euforia colectiva. Apenas bastó una nota para comprobar que con sesenta y nueve años se puede tener la misma energía que con veinte. Sin dejar de moverse y con una voz a la vez añeja y potente, la cantautora fue abordando canción tras canción sin quebrarse un ápice. Se permitió el lujo de recitar un Birdland intenso sin quitarse las gafas de sol y escupiendo, y de arengar a la juventud a tomar posesión del mundo que les pertenece mientras sonaba Land:, que se enlazó de nuevo con Gloria entre el éxtasis general. Para terminar, quiso dedicar Elegie a todos los seres queridos que cada persona allí presente había perdido, y durante el tema enunció la lista de los suyos: Lou Reed, los Ramones, Johnny Thunders o su marido Fred “Sonic” Smith. Tras la última nota, la sensación de haber asistido a un momento único se notaba entre el polvo que los saltos habían levantado del suelo.
Belle and Sebastian. Foto: Dani Canto
Ya se acercaba la noche, momento ideal para disfrutar de la actuación de Belle & Sebastian en el escenario ATP, con la incógnita de si se centrarían en Girls in Pacetime Want to Dance o, por el contrario, realizarían un repaso de sus mayores éxitos. Esta última opción fue la elegida, para deleite de los fans más acérrimos y de los oyentes casuales, que vieron satisfecha su necesidad de cantar cada uno de los temas. El concierto estuvo desde el principio marcado por un absoluto control de los tiempos, alternando las canciones más tranquilas con las más movidas, y por un sonido impoluto. Las pantallas, a su vez, mostraban las que fueron las mejores proyecciones del festival, o nos mostraban imágenes de su batería con una camiseta de Daft Punk. El concierto se volvía especial con cada nota que daban, y los de Glasgow parecían disfrutar como hace mucho sobre el escenario. Especial también para Stuart Murdoch, pues era el primero que contemplaba su hijo Denny, justo el día de su cumpleaños. Con la emoción a flor de piel, The Boy With The Arab Strap sirvió para subir a parte del público al escenario para ir cerrando la fiesta que se había preparado.
Se acercaba el turno de los cabezas de cartel más importantes de la jornada, o al menos eso indicaba el tamaño de las letras con las que se escribía Alt-J en todas partes. Tras la decepción del día anterior con los Black Keys, muchos acudían reticentes hasta el escenario Heineken para ver a la banda de Leeds, que conseguían la mayor aglomeración vista hasta el momento en esta edición del Primavera. Poco duraron los recelos. Los cuatro componentes aparecían perfectamente alineados sobre un escenario que contó con el que probablemente fue, junto con Caribou, el mejor juego de luces de todo el festival. Empezaron directos con Hunger Of The Pine, demostrando que lo suyo es reproducir hasta el más mínimo detalle que se puede apreciar en el disco. Un sonido demoledor en sus bases y preciosista en los arreglos, que acolchaba a la perfección los juegos vocales en los que se recreaba el cuarteto. Aún con lo complicado de sus letras, la gente coreaba cada canción como si fuera la última. Lamentablemente, encadenaron tres canciones de It’s All Yours hacia el final del set, apagando un poco los ánimos, que se volvieron a recuperar con el himno Breezblocks. Un directo deslumbrante para una banda que, con apenas dos discos, se establece ya como una de las mejores de lo que llevamos de siglo.
Se hacía complicado abandonar la zona y dirigirse hacia otros escenarios, pero aún así poco tardó el Ray-Ban en llenarse de gente dispuesta a escuchar a Ratatat. El reciente concierto que habían dado en el festival Bonnaroo había puesto las expectativas muy altas para el dúo neoyorquino. Su estrategia para no defraudar fue la de revisar todos sus clásicos desde una perspectiva más orientada a la pista de baile, sin perder el característico sonido de la guitarra de Mike Stroud, que alardeaba de una actitud más propia de un guitar-hero heavy que de alguien dedicado a la electrónica. Las bases duplicaban sus beats y las percusiones de Evan Mast aceleraban al público, mientras los láseres que salían de los laterales del escenario hacían creer a más de uno que se encontraba en una macrodiscoteca. Como de costumbre, Loud Pipes, Wildcat y Gettysburg fueron las más celebradas -y bailadas. Para muchos, fue el cierre ideal para un viernes que ya se alargaba más de lo debido.
El sábado comenzaba con la invasión de los fans de los Strokes y de Interpol, bien identificados gracias a sus camisetas, que competían con las del Barcelona y el Bilbao, equipos que esa noche se jugaban la Copa del Rey, retransmitida dentro del Fórum en una pantalla gigante colocada para la ocasión. Si la multitud de la noche anterior había llegado a resultar agobiante, todo apuntaba a que la historia se iba a agravar. Musicalmente, el día comenzó con el concierto de Mujeres en el escenario Heineken Hidden Stage, lugar que se tornaba ideal por estar a cubierto -el calor seguía siendo insoportable- y por su excelente sonido. Ante unos pocos centenares, el cuarteto de Barcelona se sentía como en familia, y así lo demostraron con sus comentarios entre canción y canción, en los que se mostraron agradecidos y hasta tuvieron unas palabras para Ada Colau -de la que se rumoreaba había estado por allí la noche anterior. Con su garage rock purista pusieron a todos a bailar sin descanso desde el primer tema, especialmente con aquellos que la banda tiene en castellano. Quizás debió servirles de aviso para empezar a plantearse que, dado su reconocido éxito fuera de nuestras frontera, es momento de mirar de puertas para dentro. El cierre fue toda una sorpresa, con una versión de No volveré de los pamploneses Kokoshca, los cuales contemplaban lo que ocurría entre el público.
De vuelta al exterior, sólo valía acudir a las barras para aprovisionarse de cerveza y esperar el concierto de DIIV en el escenario Pitchfork. Sin lograr desprenderse de la estela de Beach Fossils, la otra banda de Zachary Cole Smith llegaba a Barcelona para presentar los temas de lo que será su segundo disco. Fue quizás este el motivo por el que parte del público los recibió algo frío, a pesar de lo bien que pintan. En una línea más melódica, e incluso más pop, las nuevas canciones conservan el poso post-punk y oscuro que es tan característico de su música. Supieron combinar bien éstos con sus éxitos, especialmente hacia el final, lo que en cierto modo rescató una actuación buena técnicamente pero algo falta de emoción. Sin moverse del sitio tocaba esperar a American Football, una de las sorpresas de esta edición del Primavera. Catorce años después de su disolución y con apenas un disco y un EP publicados, la banda de Illinois tenía el difícil reto de emocionar con su mezcla de emocore y post-rock que fue banda sonora de gran parte de una generación. Sin complicarse la vida, fueron directamente a los temas que todos esperaban oír, interpretándolos con perfección pero también con sentimiento, visiblemente agradecidos de contar con tanto fan verdadero entre los asistentes. Un concierto que fue más allá de una mera reunión nostálgica y que demostró que, pese a los años, aún tienen mucho que decir.
Aunque aún faltaban horas para los cabezas de cartel, sus seguidores ya se dirigían hacia los escenarios principales, para encontrarse en el Heineken con la actuación de un Mac Demarco tan excéntrico como ha demostrado en sus discos. Enfundado en un peto militar, recorrió los temas de su discografía con esa mezcla de guitarras jangly y pop que, cuanto menos, resultaba divertida. Tan bien parecía pasárselo el canadiense que, cuando una de las cuerdas de su guitarra se rompió, decidió arrancarse con una versión de Yellow, de Coldplay, que dejó atónitos a los presentes. Un final con crowdsurfing incluido fue la manera de despedirse de un público que no dejó de pasárselo bien, más pendiente de la figura que de las canciones en sí. Algo similar ocurrió con Foxygen, que actuaban justo a continuación en el escenario Primavera. Obligados a llenar el tamaño de las tablas, la puesta en escena del dúo de California destacó por excesiva. Tres coristas, que a la vez hacían el papel de bailarinas, no pararon de moverse ni un momento de una manera un tanto ridícula y fuera de lugar, mientras que Sam France andaba de acá para allá, hablando más que cantando y aprovechando cualquier silencio para charlar con su compañero Jonathan Rado o expeler un discurso que apenas se entendía. Espectáculo que eclipsaba todo rastro de música y que parecía una especie de broma pesada sin cabida en un festival como el Primavera.
Tras el particular show, media vuelta y de nuevo al Heineken para ver a Interpol. Ante la avalancha de fans que se veía venir durante todo el día, el grupo preparó un repertorio que se centraba en sus dos primeros y más exitosos discos, prescindiendo del tercero homónimo y de casi todo su último trabajo. Sin embargo, a pesar de su selección de hits, los de Nueva York no consiguieron conectar en ningún momento con el público. Los temas, tocados como durante un ensayo, sonaban sosos, lentos y aburridos, y apenas Evil, Rest My Chemistry y el enérgico Slow Hands levantaron a la gente del suelo. Para acabar de estropear más la noche, la luz decidió irse cuando apenas faltaban un par de canciones para el final. Paul Banks, en un casi perfecto español, explicó que, si el sonido funcionaba -como así ocurría-, ellos terminaban. Y así sucedió, entre vítores y aplausos. En ese sentido, profesionalidad no les faltó. Sin apenas un minuto para respirar, nuevo giro de 180º y corriendo al escenario Primavera para ver a los Strokes, con el llenazo más absoluto de todo el festival. Con una actitud de estrellas de rock algo trasnochadas, los de Julian Casablancas salían varios minutos tarde. El mismo Julian lo hacía con una camiseta del Barça, y se comenzaba a rumorear que su retraso se debía a que había estado en el Nou Camp viendo el partido -hecho aún sin confirmar. Cada uno en su posición, sin apenas mirarse, comenzaban la actuación con uno de sus grandes éxitos, Someday, y la patente desgana que mostraban quedaba entonces eclipsada por su ejecución perfecta y por el canto unánime de las miles de personas allí presentes. Desde ese momento el patrón se repetiría, despertando una relación de amor-odio alentada por su actitud y lo perfecto de su repertorio, en el que incluso se atrevieron a tocar Reptilia y Last Nite seguidas. Nada a lo que no nos tengan ya acostumbrados, y es que su pasotismo no es algo de ahora. Quizás por ello nadie se mostraba desencantado, pues su música sonó tan fresca como hace diez años. Capítulo aparte para el aspecto de Julian, entre lo hortera y lo estrafalario, que se convirtió en la comidilla del resto de la noche.
Una noche que se acercaba a su final, aunque aún faltaban grandes actuaciones. Por ejemplo, la de Health, que querían emplear su concierto para presentar Death Magic, el que será su próximo trabajo y que estrenarán en agosto. Canciones mucho más accesibles, centradas en las letras y en en los ritmos bailables, que mezclaron con las guitarras heavys marca de la casa y los aullidos más animales. Una sorpresa para todos los que pasaban por el escenario Pitchfork de casualidad, ante esa mezcla tan personal de géneros tan diferentes. Y por fin llegaba el último concierto del festival, que arrastraría a una masa de gente excesiva para el tamaño mediano del escenario Ray-Ban, que se vio sobrepasado ante las protestas de muchos. Pero es que nadie se quería perder a Caribou, especialmente tras el éxito de Our Love, el trabajo con el que ha alcanzado la popularidad. De blanco inmaculado aparecía Dan Snaith -que ya había actuado por la tarde con su proyecto Daphni- acompañado de su banda, con la misma indumentaria. Baterías, bajos, sintetizadores y guitarras se concentraban en una pequeña porción del centro del escenario, desde la que lanzaron los primeros beats y comenzó la fiesta. Con los tiempos medidos hasta la perfección matemática, aguantando los momentos álgidos, provocando loops y jugando con una luz estroboscópica calculada milimétricamente, la conexión con el público fue instantánea, logrando que nadie quisiera que la noche terminase. Dos de sus mayores éxitos, Odessa y Can’t Do Without You, sonaron seguidas para terminar con una versión extendida de Sun, que sonaba casi como un preámbulo del amanecer que se acercaba.
Pero aún quedaban unas horas para el amanecer, espacio de tiempo que aprovechó como cada año -y ya van quince- Dj Coco, que volvió a firmar una sesión donde repasó los temas del indie que todo el mundo conoce y cantó a voz en grito. Fuegos artificiales para One More Time de Daft Punk y Don’t Stop Believin’ de Journey como colofón sirvieron para que nadie quisiese retirarse. Pero todo lo bueno acaba, y el Primavera Sound también, en una edición que, pese a congregar a menos personas que el año pasado -175.000 frente a 190.000- volvió a demostrar que es una de las citas imprescindibles para cualquier amante de la música.