De vez en cuando, la música española se sacude uno de sus principales defectos: los complejos. Es más frecuente que cada generación obvie lo de la anterior o anteriores, queriendo encontrar, otra vez, la esencia del pop o del rock nacional. Eso cuando hay suerte, porque también hay épocas de bazofia pura y dura y mucho enfoque comercial. Esta conducta es la que provoca que Santiago Auserón o Manolo García, por ejemplo, sean actualmente músicos marginales en varios sentidos de la palabra. Templeton son síntoma de que estamos ante un cambio de corriente. ‘Rosi’ (Sones), su nuevo disco, juega con todas las épocas del pop español. Desde el clásico costumbrismo, que en su caso es letra y música, ejecutan un disco académico pero distinto. Ahí está la clave. De pronto, descubres que no te habías vuelto loco y que también hay gente que ha escuchado a 091 o a Surfin’ Bichos. Que el hecho de que durante mucho tiempo no hayan sido reconocidos, no significa que no existieran. Templeton lo arropa con toda la intención del pop, con un repertorio de letras más próximo a la cotidianeidad urbana de Nacha Pop que a la filosofía existencial de Radio Futura. Desde el inicio con “La Gran Ciudad”, con su ritmo casi caribeño de puro ochentero, la brillante “39300” o “El Látigo”, donde tocan con las manos el trabajo de Fernando Alfaro. En esta ruta, algunos tramos pueden verse más borrosos, cuando el mimo en la producción se convierte en cierta obsesión por el efecto. A veces las emociones se saturan a ambos lados del canal. Sin embargo, son capaces de ponerse siniestros en “Pálida Camarada” justo después de la psicodélica “Océano”. Tan ricamente. Haríamos bien en estar atentos. Este tipo de cosas no ocurren muy a menudo. Que en España coincidan grupos que no tienen miedo de mirar hacia afuera y otros que no tienen complejos en hacerlo hacia atrás. Quizá es que en realidad a ninguno nos queda más remedio.
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