CRÓNICA DE MARC MUÑOZ Y FOTOS DE PEDRO AGUSTÍN
La edición número doce del Primavera Sound concluyó el pasado domingo dejando, como ya es costumbre en su ciclónico paso, un regadero de momentos a recordar, fugaces vivencias musicales que se mantendrán avivadas con el paso del tiempo. La edición de hogaño se recordará en líneas generales por una decidida apuesta de los organizadores por acercar el festival a la ciudad. Las actuaciones de bandas y músicos en enclaves céntricos como el Arc de Triomf, la Ciutadella, salas como el Apolo, o distintos bares, han servido para sumir a la ciudad condal en la frenética fiesta musical. En los tiempos difíciles que afrontamos, el haber acercado estas actuaciones paralelas de manera gratuita ha sido una decisión loable. A nivel de cifras la organización ha manejado números muy similares a los de la pasada edición, confirmando así otro año la asombrosa capacidad del festival para sortear la profunda crisis. Y es que sus números son toda una demostración de fuerza: 150.000 espectadores que desfilaron durante los cincos días de festival y que fueron benefactores de una organización que ha pulido los errores de años anteriores, evitando aglomeraciones y líos innecesarios en barras y zonas de tránsito, y solventando las interferencias de sonido entre escenarios (tan solo el escenario Pitchfork y Vice se intercambiaron invasiones sonoras). Sin embargo, como en cualquier festival, el aspecto capital volvió a ser la música, y pese a que las notas esparcidas no brillaron con la misma intensidad que en anteriores ediciones (el cartel no era tampoco como para lanzar cohetes), sí que vale la pena rescatar a continuación algunos directos que dejaron una alargada huella.
Jueves 31 de mayo
Friends
La banda de New York llegaba al PS con la aureola de posible “next big thing” surgida de la cantera inagotable de Brooklyn. Sin embargo su propuesta encima del escenario resultó tullida artísticamente, con muy pocos recursos musicales y escénicos con los que captar la atención del público (de hecho hubo un par de llamamientos directos para atraer su atención ante la indiferencia general), y que sirvió para comprobar que Friends son aun una formación muy verde, con escasos recursos musicales de enganche. Y es que no se puede pretender facturar un buen show con un hit, “I’m his girl”, esencia cosmopolita y ríos de “coolnesss”.
Otra que venía con el hype subido tras su último disco (Visions) fue la canadiense Claire Boucher. Se esperaba con expectación su estreno ante el público español, pero su directo fue otro caso de mucho hype y pocas nueces. Tras batallar con los problemas técnicos que el escenario Pitchfork tenía reservados para sus inquilinos, la cantante se zambulló sin chispa ni garra en su repertorio más reciente y reconocible, pero en ningún momento logró conectar con los presentes. Tal fue el desbarajuste que por momentos se tuvo la sensación de estar presenciando un playback. Y es que cuando en el escenario te dejas rodear por bailarines, supuestamente espontáneos, con un nivel de euforia que no corresponde con el del público, es que algo en tu sonido no termina de encajar.
Death Cab for Cutie
Con más de dos décadas bajo sus hombros los norteamericanos aterrizaron en Barcelona para ilustrar qué les ha hecho permanecer tanto tiempo en la carretera. Y para convencer a adeptos, y no adeptos, que se congregaron en la larga explanada del escenario Mini, recurrieron poco a su último LP, Codes and Keys, y tiraron de clásicos atemporales como “Soul meets body” o “Transaltanticism”. Su propuesta en la noche del jueves estuvo más enraizada en la parte instrumental, con florituras de riffs y dejes de rock progresivo que parecieron trastocar los planes de quienes se habían acercado para disfrutar de sus píldoras indie-pop. Pese al virtuosismo desplegado, su concierto no terminó de contagiar de magia a los presentes, y eso terminó por afectar los ánimos generales.
Con un flamante debut discográfico bajo el brazo, Adam Bainbridge se plantó en el escenario Pitchfork como un predicador de la diversión, y lo hizo arropado por una banda de músicos, incluida dos brillantes coristas. Con él ensimismado en labores de cantante y showman, su repertorio de disco-funk bailable y colorista caló de primeras entre los asistentes. Bainbridge mostró un desparpajo y una naturalidad escénica asombrosa (sus bailoteos por encima del escenario quedan como uno de los highlights de este año). Pocas veces tanto caos (con varias incursiones sorpresa entre el público) habían inyectado dosis de hedonismo tan placenteras. Su cenit llegó con temas tan infecciosos como “That’s allright”, “Swinging party” y “Gee Up”. Pitchfork fue una fiesta, y Kindness los maestros de ceremonia soñados.
El trío de Londres se presentó ante el público español con la insignia de ser una de las bandas pop más respetadas y veneradas por el mundillo indie. Sin embargo, su música de carácter reposado y discurrir lento tuvo que vérselas con un escenario poco idóneo como el Mini, y con un horario (01:45), en el que el cansancio físico y mental empezaban a hacer mella entre los asistentes. En esa tesitura los ingleses se la jugaron intercalando clásicos de su debut y algunos temas de lo que será su próximo trabajo. El resultado resultó desigual, y su directo fue cayendo por el ritmo narcótico y hasta monótono de sus composiciones. Un caso claro de cabeza de cartel que no encaja con las necesidades de un gran festival en determinados horarios.
Diametralmente opuesta fue la cita con los escoceses. A Franz Ferdinand siempre hay que aprovechar la oportunidad de verlos en directo, porque lo suyo es siempre un despliegue de energía, potencia y decibelios. Su ráfaga de hits incontrolables levantó la pasión de un público enfebrecido, saltando a cada estribillo, y apuntillando cada uno de los cánticos soltados por Alex Kapranos. La banda sobre el escenario está totalmente engrasada, y su propuesta es un torrente contagioso y efervescente del que resulta imposible salir inmaculado.
John Talabot live
La prueba de fuego del catalán con el directo quedo reservada para un escenario imponente como el Ray Ban, y en un horario (3.10h) que le sentó de maravilla a su música. El barcelonés se presentó encima del escenario con Pional como escudero de lujo, y ataviado con todo tipo de maquinaria analógica. Desde los primeros compases, con “Depak Ine” y “oro y sangre” su refinada propuesta electrónica fue hipnotizando a los que se acercaban con curiosidad a presenciar el origen de ese placer. Ahí se encontraban a un John Talabot sorprendiendo con incursiones vocales, y tamizando sus estimulantes sonidos con percusiones y melodías nacidas sobre el mismo escenario. Su propuesta dejó igual de satisfechos a los que buscaban la pulsión de baile más comedida, como los que sentados en las gradas disfrutaban del ritmo y la peculiar sonoridad del artista. Finiquitó su gran estreno con una vibrante “Destiny”, justo después de tocar un par de temas nuevos. Inmejorable estreno en el mundo de los directos.
Viernes 1 de julio
Una de las sorpresas más gratas de todo el festival la trajeron los norteamericanos Other Lives. Con apenas un disco publicado, los de Oklahoma enmudecieron al público mediante su folk barroco de crescendos épicos, a medio camino entre The National y Fleet Foxes. Temas como “Tamer Animals”, “For 12” , “As I Lay my Head Down” mantuvieron todo el esplendor del disco y gracias a ello repartieron dosis de magia entre los asistentes. Su cantante multiinstrumentista y su compañera del violín lideraron este bello navío de barbudos de la América profunda que atrancaron en Barcelona para captar nuevos feligreses. Y viendo la respuesta desplegada, creo que cumplieron con creces su misión. Este año no hubo Fleet Foxes, pero Other Lives no quedaron nada lejos.
El icono del Swiming London, la musa de los Rolling Stones, era una de esas parcelas vintage que el festival se reserva para cada año. La veterana cantante hizo gala, en el encantador marco del Auditorio, de un potente chorro vocal así como de una actitud irascible que obligó a limpiar el recinto de fotógrafos apenas terminada la primera canción. Su repertorio de versiones fue intercalando momentos más inspirados con otros de desfallecidos. Sonaron As Tears go by, y versiones de The Decemberist, Dylan y Cohen, entre muchos otros.
El único cabeza de cartel real de la edición de hogaño copó todas las miradas y atenciones de la noche del viernes. Pese a su dilatada carrera (más de 30 años en activo) Robert Smith demostró una salud artística envidiable, con las cuerdas vocales en su sitio, y pudiendo alardear con The Cure de un perfeccionamiento sonoro impropio para bandas de su edad y recorrido. Los ingleses ejecutaron un show que fue claramente de más a menos. Smith decidió volcar toda su ristra de hits en la primera parte del directo: “Just like heaven”, “Pictures of you”, “A forest”, “Friday, I’m in love” ya habían sonado a la hora de minutaje. La multitud respondió entregándose y coreando cada una de sus canciones. Tras la avalancha de himnos sepulcrales a quienes el tiempo no envejece, Smith se ofuscó con un repertorio menos notorio y menos familiar para el gran público. Hasta el punto que la segunda parte perdió el interés de forma acentuada por culpa del setlist. No ayudaron tampoco a mejorar varios bises descafeinados. Y no fue hasta la traca final, compuesta por “Let’s go bed” y “Boys don’t Cry”, que las caras de los fans volvieron a dibujar sonrisas. Al fin y al cabo se había cumplido otra cita con la historia.
M83 ha pasado de ser una propuesta electrónica de atmósferas lumínicas para escuchar entre cuatro paredes a convertirse en un “Stadium rock” cuya épica rezuma goce para los asistentes. Tal transición la ha logrado Anthony Gonzalez con el tremendo éxito de Hurry Up, We’re dreaming y temas imperecederos como “Midnight City”. Gonzalez demostró la noche del viernes haberse adaptado con soltura y acierto a su nueva condición con un show encarrilado hacía la sonoridad más robusta y las percusiones más acentuadas, pasando por encima de los matices, y en todo momento muy bien respaldado por una a de las mejores puestas en escenas vistas en el festival. M83 logró encandilar a los presentes con píldoras vitaminadas de Saturdays = Youth (“Kim & Jessie” y “We own the sky”), pero como era de esperar, afianzó su concierto con las gemas de su último trabajo, en donde por encima de todas, brilló con luz propia, “Midnight City”.
Otros que brillaron mucho el pasado año, y cuyo “How Deep is your love” sigue retumbando a día de hoy en muchos hipotálamos, regresaban a Barcelona meses después de su cita en la sala Razzmatazz para desatar de nuevo la locura y el desenfreno entre el respetable. En directo los neoyorquinos siguen siendo una de las bandas más solventes, enérgicas y punteras. Su coctel de funk, punk, indie y dance se manifiesta en furiosos vendavales que provocan revueltas de pasión entre público desplegado a su alrededor. Y eso es precisamente lo que sucedió el viernes con temas como “Echoes”, “Sail Away”, “House of Jealous Lovers”, “Miss You”, “In the grace of your love” y esa “How deep is your love” con la que pusieron la guinda, provocando con ella brincos extasiados que acortaron la distancia con la luna.
Sábado 2 de junio
Con el flamante Bloom bajo el brazo, Victoria Legrand y Alex Scally se presentaron ante la camada indie con la intención de seguir agrietando los corazones más sensibles de los que andan ensimismados con su último LP. Y lo lograron con creces. Ni el desacierto de ubicar su espectáculo en el mastodóntico escenario Mini (tres años atrás el ATP les sirvió de reconfortante refugio) pudo evitar sus suaves caricias de dream pop erizando los pelos del cogote. El dúo de Baltimore puso sobre el escenario (con la ayuda de un batería) los arreglos preciosistas y las melodías nostálgicas que los han convertido en un referente del pop contemporáneo. Legrand se convirtió una vez más, con su innato talento vocal, en esa madre protectora que acurruca con dulzura a sus fieles. Repasando la mayor parte de la majestuosidad de su último trabajo, Beach House no se olvidó tampoco de los temas más aplaudidos de Teen Dreams. Con vistas al skyline de la Barcelona postolímpica, envueltos con la especial luz de los últimos rayos de sol, la pareja dejó el escenario con las notas de “Irene”, y su eterno estribillo “It’s strange paradise” (qué revelador) resoplando en el ambiente. Mientras, los abnegados, seguían sumidos en un estado de felicidad embriagante, donde era fácil cerrar los ojos y ver brillar las estrellas de ese firmamento que la polución no dejaba ver, pero a la que se podía acceder recordando la casa de la playa…. ese extraño paraíso.
La dupla macarra de franchutes electrónicos se plantó en el Parque del Forum con una misión muy clara entre ceja y ceja. Y viendo la reacción exaltada del público ante los primeros acordes de “Genesis” parecía que ya la tuvieran ganada de antemano. Los dos componentes de Justice optaron por dinamitar el cemento con sus zarpazos de bajos rotundos y riffs acelerados, provocando seísmos de fervor desatado entre un público entregado. En muchas ocasiones se pasaron de rizar el rizo con sus desconstrucciones y su incesante jugueteo de enseñar y esconder. Sin embargo poco importaba porque los citados permanecían rendidos ante un directo apabullante de electrónica de masas directa y fiable, pero poco arriesgada. Eso sí, las comparaciones con Daft Punk, con un directos como el que ofrecieron el sábado, les hace quedar en mala posición.
Al tejano Alan Palomo no le sienta igual de bien el formato directo como crear música con sus cacharros desde la habitación de su casa o en el estudio. Acompañado por una banda completa Neon Indian se marcó un concierto de esquemas pop en el que las melodías adhesivas de sus dos discos no se pegaron con la misma facilidad a la corteza cerebral. La pusilánime fuente de sonido era más propia de unos Pet Shops Boys que de la chillwave ensoñadora que nos había vendido. Tan solo “Polish Girl” consiguió llenar con un poco de colorido un show descafeinado.
A Dj Coco no lo van a leer nunca entre las letras grandes del cartel del festival, pero es él quien tiene el inmenso honor de cerrar cada año el Primavera Sound. Sus orgías musicales en el escenario ATP son para muchos uno de los momentos álgidos del evento. Su secreto es sencillo, pinchar hits inmortales de todas las épocas (aunque esta vez pasó bastante por alto la década de los 60’ y los 70’s, y dolió el olvido a Donna Summer) en un ambiente recogido y amistoso, a rebosar de hedonismo y “good vibrations”, mientras se le da la bienvenida a los primeros rayos del alba y se pone fin a jornadas maratonianas de pasión musical.
27 de junio de 2012 a las 14:42
me encantan las fotos!!!