Sala Apolo. Ambiente. Foto: Dani Canto
CRÓNICA DEL PRIMAVERA CLUB 2011. POR MARC MUÑOZ
A este paso será injusto referirse al Primavera Club como el hermano menor del Primavera Sound. Son ya seis los años en los que este festival ha ido ampliando su radio de acción a través de dos ciudades como sede (Madrid y Barcelona), utilizando cada vez más aforos, y de mayor capacidad, luciendo carteles con nombres clave del panorama musical independiente más flamante y sugestivo, y desquitándose así la papeleta de complemento otoñal del festival que tiene lugar a finales de mayo. Tras sobrevivir a cinco jornadas de vorágine musical, trasnoche acentuado y cansancio queda ahora el recuerdo prolongado de ciertos momentos musicales vividos. Puede que éstos haya que encontrarlos en la hechicería sonora de Fleet Foxes, en el desparpajo juvenil de Givers, en la agitación singular de John Maus, o en la emoción entusiasta de Girls. O puede que el concierto que permanecerá ligado para siempre con este Primavera Club 2011 sea uno de los “highlights” que a continuación os detallamos de lo vivido en Barcelona.
Veronica Falls. Foto: Dani Canto
Veronica Falls: A este cuarteto de Londres se les esperaba con entusiasmo tras haber publicado uno de los debut más brillantes del panorama indie. Su noise-pop de interferencias góticas y melodías breves y harmoniosas caló pronto entre los asistentes. Iniciaron su repertorio con su batería de hits (“Bad Feeling”, “Found love in graveyard”), y a medida que el concierto progresaba se les pudo ver más sueltos y no tan atenazados al guión previsto. Puede que a su bajista se la viera un poco tensa y superada por el medio escénico, pero fue un pequeño trance que pasó desapercibido ante el agradable aroma que desprendieron las nuevas composiciones que presentaron. Una buena premonición de todo lo que quedaba por llegar.
Charles Bradley: Una de las cotas más altas vividas a lo largo del festival no provino de ningún bedroom producer inquieto que apenas rebasa la veintena ni de la última sensación lo-fi de rostros imberbes, sino de un señor de más de sesenta años que se prodiga como nadie en ese arte musical que conocemos como soul. La entrega de Charles Bradley y su banda resultó sobrecogedora para todos aquellos que simpatizamos con el soul añejo de Ottis Redding y James Brown. De hecho, durante momentos, el veterano músico neoyorquino pareció convertirse en la exacta reencarnación de su admirado “The Godfather” mediante un chorro de voz paralizante, movimientos acrobáticos, y la química asombrosa que mantuvo en todo momento con el público. Entrega desbordante, talento innato, y descarga de endorfinas que por poco derriten los cimientos de la sala Apolo. Lo único que faltó por pedir fue la inmortalidad del reverendo del soul.
Jeff the Brotherhood. Foto: Dani Canto
Jeff the BrotherHood: Lo más estimulante que ocurre con algunas propuestas de este festival es cuando uno se adentra a ciegas en un territorio desconocido y se topa allí con un valioso descubrimiento. Fue éste el caso de Jeff the BrotherHood y su maquinaria de rock duro y salvaje. Los hermanos Orall sacaron chispas de una sola guitarra y bateria para dejar a los Ramones en la banda sonora ideal para las comidas familiares de domingo. Su crudo garage con olor a pólvora y cerveza atizó al público que se entregaba exaltado en las primeras filas con una energía inagotable.
Girls: Aterrizaban para presentar su segundo álbum de estudio (Father, Son, Holy Ghost!) ante un público que se prestaba a ser encandilado. Y tampoco faltaron motivos para que así fuera. Christopher Owens y los suyos ejecutaron un directo que fue de menos a más a medida que su sonido se envalentaba en contundencia rockera. Ese gran artilugio musical que es “Vomit” terminó por acelerar los buenos resultados, que permanecerían ya intactos hasta ese broche de oro final con “Die” y la eterna “Lust for life”, con la cuál terminaron la velada. Por momentos parecía que estuviéramos delante de una alma sufridora al estilo Cass McCombs pero con las entrañas punzantes de unos Nirvana eléctricos. Girls tienen por delante un futuro esperanzador mientras estén guiados por este caminante de la amargura que es Owens.
Stephen Malkmus & The Jicks: El cantante y guitarrista de Pavement se ganó sin discusión convertirse en el protagonista de uno de los shows más olvidables de la edición de hogaño. No todo estuvo a su control, de hecho por momentos pareció que todos los elementos se alinearan a su contra, pero el resultado es que los problemas técnicos con el micro, la caída de un amplificador y la obsesión de Malkmus por recuperar la compostura de su sonido fueron fatales para el devenir de un directo, que además se vio extremadamente pendiente del fragor de sus guitarras.
Givers: Por suerte a éste le suplieron el contagio hedonista de Givers. Banda de Louisiana que se ganó la atención de la prensa con su LP de debut (In light) y que demostró en la ciudad condal que tienen armas y tablas para entusiasmar a la gente con un pop colorido, fresco, vibrante y poblado de instrumentos que bebe tanto de Vampire Weekend como Foals, como mucho antes que éstos, Paul Simon. A destacar el talento de la jovencísima cantante y multiinstrumentistas que supo compartir con naturalidad y cercanía toda la entrega, y el desborde efervescente de su propuesta.
John Maus: Para bien o para mal la actuación de John Maus fue la única en todo el festival capaz de irritar a la gente (se comenta que fue la impresión general en Madrid) como de enloquecerlas de entusiasmos hasta el punto de hacerlos saltar de sus asientos para darlo todo en las primeras filas (la experiencia en Barcelona) Este profesor de filosofía universitario se personó con un micro y un Ipad (desde el que él mismo iba pasando sus temas) para escapar de las convenciones clásicas del concierto de música y arrojar una galería de provocaciones que desataron reacciones encontradas entre el público. Sus alaridos, las auto lesiones fingidas, los constantes zarandeos parecían manifestaciones nihilistas fruto de ese inmenso álbum de ambiente preapocalíptico y aire desolador que es We must become the pitiless Censor of Ourselves. Si resulta una estafa o una radicalidad artística pertenece a terrenos de la teoría crítica más sesuda. Lo único con certeza que puede comentar este servidor es que perlas de su último trabajo como “Believer” y “Street Light” resultaron tan hermosas como desgarradas, tan hirientes como curadoras, y eso no resulta fácil en ese extraño contexto. ¿Estamos ante un Lars von Trier musical? Habría que preguntárselo al propio sujeto. De momento lo que vale es que este profe universitario ha parido uno de los discos del año y se marcó la actuación más bizarra de todo el festival, y para la mayoría que estuvimos allí (tanto los que se entregaron como los que abandonaron) la que permanecerá indisociable a esta edición.
Com Truise: Con los gritos de John Maus revoloteando aún por la mente Com Truise aligeró los estados con su electrónica de músculo y sabor ochentero. Apoyado por un insaciable batería, el productor neoyorquino destapó su sintetizador para lanzarnos sus melodías de músculo. El público lo agradeció entregándose a su ritmo.
EMA: Erika M. Anderson vino para confirmar que lo suyo ha sido una de las revelaciones de la temporada. Tras presentar el pasado verano el lujoso Past Life Martyred Saints, la cantante y guitarrista norteamericana se destapó encima del escenario como un vendaval tórrido y salvaje. Las comparaciones con Pj Harvey, Karen O, y Patti Smith parecen obvias, y con el tiempo, puede que justas. Pero en su show del domingo optó más por destapar su vena rockera con una contundencia arrebatadora mientras profesaba sus confesiones malsanas sobre sexo, religión y muerte en el ambiente caldeado del árido desierto norteamericano. Pocos resquicios para el temperamento folkie y electrónico que destila su álbum. Ni los molestos acoplamientos de la guitarra con los amplificadores, ni el cansancio acumulado de esas cuatro jornadas pudieron minimizar los ánimos de los que nos quedamos prendados por el instinto arrollador de la cantante norteamericana. Quien tuvo además el muy buen acierto de poner el brochazo de oro al festival con la insuperable “California”.
5 de diciembre de 2011 a las 18:44
Buena crónica!! Las mías están aquí:
http://www.altafidelidad.org/categoria/conciertos/
Por cierto, soy el fotógrafo de blanco que está frente a los Veronica Falls, en la primera foto…!! :)