Estos días y hasta final de diciembre, se pueden ver los últimos collages realizados por Miguel Muñoz en el Café Berlín de Valencia.
Cuando la criatura de Frankenstein se acercó a la orilla del lago, las aguas turbias devolvieron un reflejo de muerte. Al final, su naturaleza resultó incomprendida y fue arrojado al fuego. También Narciso se acercó al lago y, prendido de su belleza, pereció ahogado. Es en la conjunción de estos dos gestos en la que se sitúa el nuevo trabajo de Miguel Muñoz. Del impulso de salvar al monstruo de las llamas y recuperar los fragmentos; y de situar el rostro en el centro de un mundo convertido en espejo: unos ojos que nos miran y un espejo en el que mirarnos. Realidad y desconcierto. Rostro y dispersión. Piero della Francesca asiste a una proyección de Scanners (1981) y comprende que la conciencia del mundo se sitúa en ese instante previo a la explosión.
Estos dos estadios del espejo definen la naturaleza del presente, la de la sobreexposición del cuerpo y la implosión de imágenes, quizás buscando en ellas la confirmación de que hubo momentos en que fuimos héroes. Cuerpos que Miguel Muñoz sitúa en el centro de un universo mutante, metamorfoseado, vampirizado, en el que lo corpóreo se cruza con lo tecnológico y en el que las imágenes del pasado se conjuran para lograr una segunda oportunidad, lejos de las llamas: “Cuando le haya dado un cuerpo sin órganos, entonces lo habrá liberado de todos sus automatismos y devuelto a su verdadera libertad” (Antonin Artaud).
Texto: Fran Ayuso Ros
Café Berlín – Calle Cádiz 22 – Valencia