En este último tramo de este 2020 tan extraño, hemos hablado de todo y más con el artista y posfotógrafo Andrés Galeano.
Ahora que casi todas andamos con una cámara de alta definición en el bolsillo y no paramos de publicar fotos en redes sociales, el artista Andrés Galeano (Mataró, 1980), residente entre Berlín y Barcelona, es consciente de ello y defiende que en este mundo hiperfotográfico, en este contexto saturado de imágenes, no hace falta producir más, sino reflexionar sobre las ya existentes. Es por eso que trabaja con fotografías amateur anónimas, tanto analógicas como digitales, a través de las que se cuestiona la congestión de estímulos visuales a los que estamos sometidos.
Foto de portada: Unknown Photographers #infinite 1, 2017
Galeano es un posfotógrafo, o lo que es lo mismo, un fotógrafo sin cámara. Se apropia inteligentemente de fotografías domésticas que encuentra en mercadillos: instantáneas aparentemente ingenuas, prodigios involuntarios, descubrimientos extraordinarios en lo ordinario, tesoros en los desechos y dignificar al fotógrafo aficionado, forman parte de sus motivaciones. Andrés es meticuloso, ordenado y paciente. Somete las imágenes a una minuciosa selección, yuxtaponiéndolas o manipulándolas hasta conseguir composiciones a base de fragmentos que, citando a W. G. Sebald, bien podrían establecer un vínculo hacia la contemplación de lo que queda, pues lo que queda es, de un modo u otro, lo que ha sobrevivido al implacable transcurrir de todo lo que sucede. Siempre podremos mirar a las nubes y como dice él, abstraer el cielo para usarlo como metáfora de trascendencia.
Retrato de Andrés Galeano en su estudio. Foto: Rasmus Jurkatam
María Muñoz: Tu vida se desarrolla entre dos ciudades Barcelona y Berlín con incursiones en Portugal. Tres mares: Mar del Norte, Mediterráneo y océano Atlántico. Entre norte y sur de Europa, con todos sus contrastes. ¿Por qué Alemania? ¿Cómo contribuyen estos escenarios y esos contrastes en tu persona?
Andrés Galeano: En Alemania llevo ya más de quince años. Llegué en el 2003 recién licenciado en filosofía para aprender alemán y conocer más a fondo algunos autores que me interesaban leyéndolos en versión original. No tardé mucho en darme cuenta de lo ingenuo de mis intenciones iniciales y paulatinamente mis intereses se fueron tornando cada vez más visuales, sobre todo fotográficos. De ahí que luego estudiara fotografía en Stuttgart y Bellas Artes en Bolonia y Berlín.
Vivir en Alemania supone distanciarme de mi lengua materna, sentirme verbalmente más limitado y ser finalmente extranjero. Digo “finalmente” porque en mi país siempre me había sentido extranjero, así que fue un paso natural serlo de facto y vivir entre las culturas, ni de aquí ni de allí, haciéndome el sueco cuando me apetece.
M.M.: De la filosofía en Barcelona a las artes visuales en Alemania. Cuéntanos sobre esa transición.
A.G.: La verdad es que yo nunca pensé que iba a ser artista. Como estudiante de filosofía me interesaba mucho la estética y filósofos alemanes como Nietzsche, Wittgenstein, Benjamin, Adorno, Gadamer; al igual que franceses como Foucault, Deleuze, Lyotard, Debord. En aquella época leí libros para dos vidas, solía escribir regularmente y tenía ambiciones literarias. Fue durante los dos últimos años de carrera que una amiga me introdujo en un laboratorio fotográfico y de forma autodidacta empecé a hacer mis primeras ampliaciones en blanco y negro. Fue entonces cuando cambié el bolígrafo por la cámara fotográfica como principal medio de expresión y a nutrirme del Fotokunst alemán.
M.M.: Desde siempre ha habido muchísimas conexiones y sinergias entre el arte y la filosofía. En tu caso ¿Qué aporta el filósofo al artista?
A.G.: El filósofo aporta la mirada crítica, el trabajo con el concepto, la investigación, el ir al fondo de las cosas, a los orígenes, y analizar cómo hemos llegado a ser lo que somos y a pensar como pensamos.
Dicen que la Filosofía comenzó con unos tipos que miraban al cielo y distraídos se tropezaban y caían al suelo por no prestar atención a lo mundano, siendo objeto de burla de sus coetáneos… Pues, como queda manifiesto en mi obra, parece que uno sigue mirando al cielo.
Unknown Photographers, Circular skies #17, 2017
M.M.: ¡Nunca mejor dicho! Sigamos, tu corpus artístico se desarrolla mayoritariamente en el campo conocido como posfotografía, que a groso modo se trata de apropiarsede fotografías amateur o domésticas. Uno de tus principales proyectos —sino me equivoco sigue vivo owork in progress—, es Unknown Photographers (2012-2020), donde usas antiguas fotografías analógicas (fotoquímicas) compradas en rastros y mercadillos. ¿Cómo nace esa inquietud?
A.G.: Unknown Photographers nace efectivamente de una de mis actividades preferidas: visitar mercados de pulgas. Como catalán mi ADN cultural contiene sin duda influencias surrealistas y, ¿qué mejor lugar para encontrar inspiración poética que en los rastros? Como posfotógrafo, más que apretar el botón, me agacho para rebuscar en cajas con fotos abandonadas o navego por Google images. Trabajo con la foto trouvé, con encuadres de segunda mano, con estéticas vernaculares, rindiendo homenaje al fotógrafo anónimo y a la fotografía de aficionado, excluída de la Historia de la Fotografía en mayúsculas, pese a ser la que más abunda.
Unknown Photographers, #190, 2014. Cortesía de la galería Rocío Santacruz
M.M.: Trabajar con esta estética amateur y, si mi permites, un tanto kitsch en el caso de Al Sol —colección de fotos analógicas de personas tomando el sol—, significa incorporar en tu obra maravillas involuntarias, analizar estereotipos, en definitiva, como dices dignificar al fotógrafo anónimo, ¿no crees? ¿Qué es lo que te fascina de este imaginario, especialmente en el trabajo de Al Sol?
A.G.: Al Sol es un proyecto que parte del realismo ingenuo presente en la fotografía amateur y que identifica 1:1 el retrato de alguien con la persona retratada, es decir, que no cuestiona el tema de la representación (escenificación, retoque, punto de vista, etc.) dando por sentado uno de los axiomas fundadores del medio: “la fotografía como espejo de la realidad”. Siguiendo esta lógica y llevándola al paroxismo, expongo al sol mi colección de fotos analógicas de personas que toman el sol. El resultado es digno de cementerio, ya que las fotos se decoloran, reflexionando sobre la esencia de la “foto-grafía” analógica, es decir, la luz como el agente que al mismo tiempo posibilita y destruye la foto, le da vida y la mata. Como puedes intuir, me interesan fotos que ganan una capa metalingüística, que reencuadradas conceptualmente son capaces de reflexionar sobre el propio medio.
Al Sol, 2016. Montaje para la exposición en Galerie Wedding, Berlín
Al Sol, 2016. Detalle montaje en la exposición en Galerie Wedding, Berlin
M.M.: Intuir eso no se si lo intuyo, pero lo que si intuyo es que la terminología propia del medio fotográfico impregna tu lenguaje. No me extraña. Rodeado de miles de fotos, porque tienes un enorme archivo de imágenes encontradas. ¿Cómo organizas esas imágenes?
A.G.: Después de más de una década comprando fotos de segunda mano, mi archivo analógico tieneunas 15.000 fotos. Este archivo está físicamente en un mueble de madera azul en mi estudio en Berlín. Las fotos suelen estar en sobres en los cajones de este mueble, ordenadas en unas 250 categorías, que cambian y se amplian con el tiempo. En el caso de las imágenes del cielo, están distribuidas en superficies de cartón que superpongo y que me permiten visualizar los cielos para hacer mis composiciones. Como un meteorólogo, clasifico las fotos según los tipos de cielo, creando mi propio inventario personal. Tal cantidad de fotos requiere orden, rigor y una mesa limpia y amplia para imaginar composiciones.
Visito muchos mercadillos en mis viajes, pero la mayoría provienen de Berlín. Me interesan sobre todo las fotos en color, es decir, el fin de la era Kodak, el atardecer de la fotografía analógica. A veces encuentro muchas fotos y ya sé lo que haré con ellas, otras veces me atraen las fotos sin saber porqué y las compro. Se pasan años en mi estudio en cajas que llamo “inclasificables”… Digitalizo cada vez más fotos con la intención de hacer fotolibros y así crear una especie de álbum de fotos colectivo para compartir con otros. También estoy haciendo algunas ediciones, aunque normalmente mis obras funcionan con las fotos originales y por lo tanto son únicas. Por ejemplo, mis trabajos más recientes, como la serie #SkyStudies, se basan en la combinación de cielos de unas 500 fotos. Sienta bien deshacerse de 500 fotos de una vez. ¡Tanta acumulación de fotos es abrumadora!
Unknown Photographers, Sky Studies #7, 2017. Cortesía de la galería Rocío Santacruz
Unknown Photographers, Sky studies #8, 2017. Cortesía de la galería Rocío Santacruz
M.M.: ¡Ya me imagino! Pasemos del papel a lo digital. Esa lúcida reutilización de banales fotografías anónimas se adapta a nuestro tiempo digital en tu proyecto Google In View, en el que las imágenes proceden de Internet, fuente principal de todos esos estímulos visuales que recibimos a lo largo del día —citando una expresión tuya— en este “mundo hiperfotográfico contemporáneo”. ¿En que se diferencia ese trabajo de los anteriores?
A.G.: Pues se diferencia en que Google In View reflexiona sobre “Godgle”, es decir, sobre el buscador que domina nuestras vidas y que pretende asumir los atributos divinos de omnisciencia y omnipresencia. Este proyecto consiste en pantallazos dentro de Google Street View. Recorro este mundo virtual y me dirijo a lugares remotos donde aficionados (y no el coche de Google equipado con sus 9 cámaras a 360º) toman fotos que presentan algún defecto, como geometrías negras, barridos fantasmales al eliminar a las personas, etc. Detecto y documento estos puntos ciegos del ojo omnipresente de Google, estos glitches maravillosos los he mostrado como instalaciones y libro de artista.
M.M.: ¡Que interesante! Sigamos pues con Internet, Instagram y el papel de las redes como herramienta social, o así se llaman (aunque acabe siendo un negocio). Yo pienso que Instagram es un dispositivo de diseminación visual. A veces creo que se subestima la cantidad de contenidos que se pueden encontrar allí, la cantidad de subculturas, nichos o como lo quieras llamar. ¿Cuál es tu visión sobre la capacidad de las redes sociales de funcionar como un dispositivo de revolución para las artes visuales? ¿Están minimizando nuestra capacidad de análisis por esa consabida inmediatez?
A.G.: Instagram es sin duda el heredero de Kodak y Polaroid, el hijo legítimo del famoso “you press the button, we do the rest” con la “World’s simplest camera” Polaroid. Es lo portátil y sencillo, más lo instantáneo, más lo social de Facebook con sus likes. Prestemos atención por ejemplo al formato cuadrado y a su primer logo que muy sintomáticamente remitían a Polaroid. Lo nuevo es una pequeña variación de lo conocido. Instagram es una clara evolución del dispositivo fotográfico, de esa vocación democrática del medio. Un paso adelante de la industria para implantarnos ese tic fotográfico que, como dice Fontcuberta, nos convierte irremediablemente en “homus photographicus”. Sin duda hoy cualquiera hace fotos y las publica, por eso más que nunca cabe preguntarse, ¿a quién le interesa que apretemos el botón?
Instagram, como bien dices, es un negocio basado en la economía de la atención. Cuando uno consulta su actividad en la aplicación y ve la gráfica del tiempo semanal que estuvo ahí metido, Instagram lo presenta como tiempo invertido. Instagram es parte del trabajo del artista, ¡si no posteas, no existes! Ves las exposiciones en su montaje, antes de su inauguración, en el estudio del artista… ¡Lo ves todo y no ves nada! Tienes la sensación de que ya has visto las obras y de que no necesitas visitarlas, ni verlas sin mediación. Las fotos o los videos no son más que eso, encuadres con una gran capacidad para manipularnos.
Izquierda: Unknown Photographers, 169, 2015. Derecha: Unknown Photographers, 174, 2015
M.M.: ¡Un análisis excelente! Aparte del medio fotográfico, hablemos de otros elementos formales en tu proceso creativo. Indagas en la fragmentación de los estímulos visualesque recibes a través de las imágenes, imágenes que luego transformas con una meticulosa intervención manual tanto en la selección, como en la yuxtaposición, la composición y la presentación final, ¿de dónde viene la atención al detalle? ¿como aúnas ese conjunto de imágenes tan dispersas?
A.G.: Como hijo de la posmodernidad y nieto de autores como Walter Benjamin, trabajar con el fragmento y las sobras de una sociedad me parece tan natural como respirar. Igual que el pintor usa colores para pintar, yo compongo a través de fotos ajenas. En mi discurso fotográfico los fragmentos suelen abstraer el cielo y usarlo como metáfora de trascendencia. Me obsesiona el papel de la fotografía como ese “diosecillo” que nos quiere otorgar una cierta inmortalidad, el deseo de la imagen de trascendernos, la relación de lo fotográfico con lo celestial. Veo mi obra como diferentes capítulos en torno a esta cuestión.
Unknown Photographers, Circular skies #22, 2019
M.M.: Antes de ponernos demasiado trascendentes te quería preguntar por algo mundano, el uso de materiales. En uno de tus últimos proyectos .kaf, aparte de seguir con las fotos impresas encontradas, diriges la atención al soporte en papel, ¿cómo transformas esa llamada de atención al proceso de impresión en un proceso creativo?
A.G.: En las recientes series .kaf reciclo fotos vernaculares de Kodak, Agfa y Fuji (de ahí el nombre de la pieza), mostrándolas desde su reverso, evidenciando el soporte en papel y sólo descubriendo un triángulo de cielo de la foto a modo de doblez y guiño al icono del archivo digital de las imágenes de nuestros desktops: .jpeg, .tiff, .png , etcétera. En .kaf me interesan las conexiones entre el mundo analógico y el digital, la foto como información a decodificar, el mostrar ocultando, el delatar a la industria fotográfica como un agente y soporte siempre tendencioso. Y finalmente, descubrir el cielo de las fotos, ya que no olvidemos que hoy más que nunca nuestras fotos están en “la nube”.
.kaf, 2020
.kaf, 2020
M.M.: Pues sí, en la nube misma. Y del papel fotográfico pasas a los negativos de vidrio. En Fons perdut de núvols y en la serie Temps del temps, analizas negativos (de entre 1921 y 1939) procedentes del Servei Meteorològic de Catalunya y las patologías sufridas por el paso de los años y por las circunstancias de conservación. ¿Como te topas con este tema? Aparte del output altamente visual, ¿qué desafíos te movilizan?, ¿cuál es el alma mater de este proyecto?
A.G.: Cuando uno indaga sobre los cielos metafísicos del medio fotográfico, tarde o temprano, tiene que llegar al cielo físico de la meteorología. Fons perdut de núvols nació hace unos 3 años a raíz del libro 1939, Els núvols confiscats, de J. Batlló y M. Bustos con el que me topé en Madrid y cuyos autores me acompañan en esta aventura. Con el libro me enteré de la existencia del maravilloso archivo del Servei Meteorològic de Catalunya con miles de clichés en vidrio de nubes que fue secuestrado por el Franquismo en 1939 y devuelto en 1984 en pésimo estado de conservación. No tardé en ir a darle un beso a esa bella durmiente barcelonesa y ahora ya estamos produciendo algunas piezas que se exhibirán en Polonia próximamente y espero en diversas ciudades catalanas en 2021.
El proyecto me fascina por su densidad temática y riqueza visual: habla de enquistadas tensiones políticas entre Catalunya y el gobierno central, de observatorios, de archivos, de patologías de la imagen, de atlas de nubes, de trampantojos fotográficos, de retratos de estudio…
Temps del temps, 2020
Temps del temps, 2020
M.M.: ¡Fascinante! Vamosa dejar las nubes por un segundo. Al igual que muchos artistas visuales de tu generación exploras varios formatos. Revisitando tus exposiciones, vemos que el dispositivo instalativo es muy importante, pero además se intuye una necesidad de experimentación desde distintas perspectivas y disciplinas artísticas. En Patologías de la imagen y 1,2,3, exploras la expresividad de la performance. ¿Que tipo de mecanismo creativo te lleva a la realización de esas piezas?
A.G.: En la pasada década experimenté bastante con la performance. La bidimensionalidad fotográfica se me quedaba corta y quise trabajar desde un paradigma de la situación, de lo efímero y de la acción. Patologías de la imagen es una pieza que me llevó bastantes años desarrollarla. Es un réquiem para las obras de arte, una pieza creada para ser cantada, basada en la voz como material más inmaterial, para hablar precisamente de lo efímero de las obras. Un coro de 12 sopranos femeninas canta los factores que destruyen las obras de arte. 1,2,3 también habla de imágenes, pero esta vez son de cuerpos atléticos de youtube, de un Internet lento, de meterse en el bucle y llegar al trance a través de la extenuación física.
1,2,3, 2018. Performance de 3 horas de duración. La Casa Encendida, Madrid
Patologías de la imagen, 2018. Performance
M.M.: El apropiacionismo de los años 1980-1990 estaba dirigido a la desactivación de la fotografía de autor y a cuestionar la concepción de autoría, una de las claves del arte moderno. En la actualidad, a la posibilidad de reproducción múltiple inherente a la fotografía, se une la masiva circulación de fotos en Internet y sus posibilidades de descarga. Como artista contemporáneo que además trabajas con apropiación, ¿qué opinión tienes sobre el concepto de autoría?
A.G.: Considero que la autoría se tiene que respetar, así como evitar el plagio. No todo vale, ya que muchas veces se banaliza el trabajo de otros creadores en aras de likes o de un éxito rápido y desesperado. Es obvio que hay un Zeitgeist, que nos influenciamos unos a otros y que ya no somos genios originalísimos. Pero cada uno tiene que encontrar su propia voz en todo este magma de imágenes. Yo suelo trabajar con imágenes proletarias, anónimas, al borde de la desaparición. Les doy voz, soy un mediador para que tengan visibilidad y articulen un discurso reflexivo y poético sobre el propio medio.
M.M.: Hablando de modernismo, en uno de tus trabajos más recientes, Sfumato, haces un guiño al arte del siglo XIX, tomando el fondo de los retratos e interviniendo sus nubes digitalmente. ¿Que intentas desvelar con estas intervenciones?
A.G.: En esta serie me interesa el fondo de estudio con motivos etéreos y nubes, llevar el segundo plano a primer plano, lo desenfocado a enfoque, darle protagonismo a lo que era un mero accesorio, esfumar a los personajes y repensar lo que queda: nuestros modos de escenificarnos.
Sfumato, 2020
M.M.: A menudo citas a Walter Benjamin, especialmente cuando aseguraba que “El analfabeto del futuro no será aquel que ignore la escritura, sino el que ignore la fotografía”. En fotografía se trabaja mucho el análisis sobre la dualidad realidad-ficción; la relación de los objetos con su entorno y de lo efímero. ¿Por qué crees que este patrón narrativo gusta tanto al artista contemporáneo?
A.G.: Pues porque la fotografía nace con esa capacidad inherente de mentir y de manipularnos, muy a pesar de ser bautizada com espejo de la realidad (¡los daguerrotipos eran espejos!) y de imponernos ese paradigma realista y objetivo que asumimos cotidianamente como un acto de fe. Creo que aún estamos liados con el mismo dilema con el que nació la fotografía en 1839, sólo que ahora fotografiar y editar es rapidísimo y fácil. Por eso más que nunca hace falta educación visual, alfabetizar en la lectura de las imágenes.
M.M.: Estoy muy de acuerdo con eso. Y con respecto a la manipulación/edición, las redes sociales han inundado el universo online de artistas y comunicadores de la posverdad. ¿Qué aportan? ¿Se nos ha ido de las manos?
A.G.: En cualquier ontología para principiantes se explica que la apariencias no son el ser. Y si las cámaras sólo consiguen captar apariencias, no es de extrañar que en un mundo plagado de imágenes estemos rodeados de fantasmas, ¡ya lo advertía Platón! Ciertamente este tema de la posverdad se nos fue ya de las manos… Sin ir más lejos fíjate en el morphing, ¿como diferenciar lo real de lo fake con tecnologías tan avanzadas?
M.M.: Y en este tiempo de pandemia en el que vivimos, la cultura —sobre todo la de entretenimiento— se ha convertido en un elemento indispensable para la sociedad. Por su parte, el arte siempre ha estado impregnado de un componente de compromiso con la actualidad, y por eso ¿crees que el arte puede intervenir o incluso “corregir” el pensamiento colectivo?
A.G.: Claro, el arte puede encontrar soluciones. El único problema es su difusión y que llegue al gran público para que realmente surta efecto ahora y no en un siglo. Creo que los cambios de conciencia van muy lentos. Y dudo mucho que el planeta nos aguante a este ritmo que llevamos …
M.M.: Y sí…, fruto de ese ritmo acelerado que llevamos ha llegado la pandemia … una pregunta que hago a todos mis entrevistados para reflejar nuestro momento actual, ¿paréntesis o reset?
A.G.: ¡Ojalá fuese un reset! Aprietas el botón y ¡tachán! Pero me temo que será un paréntesis. Tenemos memoria de pez, cuando pase la pandemia volveremos a lo de antes como si nada hubiera pasado… Eso sí, más digitalizados y con más precariedad.
M.M.: Así que el futuro se presenta pesimista … ¿Cuáles de los desastres/distopias contemporáneas te preocupan más? ¿El cambio climático, la ecología, la emergencia global del fascismo, la vigilancia planetaria, —aunque creo que todo forma parte de lo mismo: la hegemonía de la economía sobre cualquier otro factor—?
A.G.: El cambio climático es y será el tema sí o sí. De hecho estoy desarrollando un proyecto llamado El peso de las nubes que se centra en las nubes de dióxido de carbono que generamos con nuestras actividades en Internet, esa gran nube que nos venden como inocua …
M.M.: Ya que las de verdad no se ven, estamos deseando ver tu nubes de dióxido. Para cerrar nuestra conversación, ¿crees en un proyecto definitivo que pueda definirnos absolutamente? ¿Cuál sería el tuyo?
A.G.: Tu pregunta me queda grande para esta hora de la mañana. Ahora mi principal proyecto es criar a nuestra hijita que hoy cumple 5 meses, hacer de ella una persona mejor y apta para afrontar los retos que nos esperan como especie.
M.M.: ¡Es una excelente repuesta para cerrar, muchas gracias Andrés!
Espectografía #1, 2020