El rojo, azul, y amarillo son los tres fieles compañeros del ilustrador madrileño Carlos Hache en su viaje de experimentación por las nuevas escenas costumbristas contemporáneas.
A sus 29 años, con formación en ilustración en la centenaria Escuela de Arte 10 y una trayectoria discreta, encontramos una obra llena de referencias a sus inquietudes personales e influencias, que nace desde su casa en la Sierra de Madrid.
Con la figura humana y la naturaleza como centro de todo, recrea gestos y movimientos con una delicadeza, que más que ser frágil, empodera el significado de las personas como una fuerza universal.
Imágenes superiores: Ilustraciones sobre papel kraft y detalle de sus obras en las escaleras de un edificio.
Una de sus últimas exposiciones fue en la colectiva “Solo Show” organizada por Casa Antillón x Casa Banchel, donde expuso 5 piezas de cerámica, con referencias a partes del cuerpo humano (Una silueta de cabeza, un pié y una mano) junto a dos piezas geométricas, todas ellas intervenidas con su trazo tricolor tan característico.
También ha expuesto en diferentes galerías independientes y concept-stores como “La Importadora” en Sevilla, “El Imparcial” en Madrid, o la tienda de muebles de diseño IKB191 del rastro madrileño.
Imagen Superior: Cerámicas hechas a mano y pintadas por Carlos Hache.
Imagen superior: Intervención sobre materiales ready-made
Siempre se ha mantenido fiel a su gama cromática usando el negro como recurso secundario, pero si hay algo que ha evolucionado de forma significativa ha sido el soporte donde recrea sus dibujos.
Comienza experimentando con la cerámica, recibiendo clases de torno en una pequeña escuela del sur de Madrid. Comienza una etapa en la que el soporte forma parte del proceso creativo, objetos como manos, pies, rostros junto a formas antropomorfas, comienzan a generar un discurso completo de todo su imaginario.
Imagen superior: Máscara realizada en goma eva.
Esta nueva etapa supone una revelación para Carlos Hache, le estimula en la búsqueda de intervenir sobre superficies y objetos ready-made que tiene a su alcance, pero por alguna razón habían sido invisibles, hasta ahora.
Experimenta con cartón de embalaje, papel Kraft usado, garrafas de agua de 5 litros, cajas de cartón apiladas, baldosas rotas, un proceso de experimentación constante que le estimula a buscar en su entorno más inmediato una superficie anónima y común para llenarla de significado.
También la reciente situación de confinamiento debido a la pandemia global, y debido a las limitaciones de movimiento, le ha supuesto el doble de estímulo en esta búsqueda de nuevos soportes.
Dibujando sobre objetos como calcetines, velas, pantalones de chándal e incluso haciéndose unas cómodas zapatillas recortando trozos de espuma de tapicería.
Hay dos proyectos que destacan del resto, por lo inusual de su soporte:
La bolsa de patatas fritas y la piscina.
Algo tan cercano, reconocible y ligado a la cultura gastronómica española como es el eterno aperitivo de bar, se transforma en una imagen icónica de forma casi accidental.
Realizada durante el confinamiento cerca de la sierra de Madrid, el ilustrador confiesa que los momentos de mayor inspiración surgen desde el aburrimiento, y nada como un acontecimiento mundial como ese para crear el escenario más inspirador.
Su intervención en la piscina surge como encargo de dos conocidos que le habían comprado varias piezas anteriormente. Le invitan a que libremente intervenga la pisicina de su piso de Madrid con uno de sus dibujos.
Con unas pinturas especiales resistentes al agua junto a una mezcla especial para la fijación, es uno de los proyectos que le ha supuesto todo un rato. Después de un dia completo de trabajo, ha convertido la piscina en un grupo de siluetas de personas que interactúan entre ellas.
Una de sus últimas ilustraciones las ha realizado sobre totallas de playa, y no descarta comenzar una edición sobre diferentes piezas textiles.
El ilustrador confiesa que le encantaría pintar la Gran Esfinge de Guiza. Le inspira.