PORNO, GIMNASIOS, CEGUERA, MISTERIO Y CORAZÓN
Nunca podré conocer a Bolaño puesto que murió no hace mucho (aunque parezca ya demasiado) y mi vida imaginaria, de haberle conocido, se me queda un pelo más vacía de chicha, de significado, de aventura. La palmó sin ser testigo de lo que su herencia literaria iba a provocar: verdadera histeria mediática y pública. Como cabía esperar. Como necesitaba ser. Como, por la puta enfermedad que se lo llevó, no pudo disfrutar.
Encumbrado por la inteligencia literaria (post-mortem, por cierto), tras la publicación de esos dos pilares de la narrativa en castellano que son “Los detectives salvajes” y “2666” (si no los habéis leído, pedid que os los regalen, hipotecad vuestra casa si hace falta, dejad de pagar el alquiler un mes, robadlos, fotocopiadlos, dejad de lado vuestros trabajos, familias y amistades, haced lo que sea necesario, pero por favor leedlos ya mismo), a ese lugar que pertenece a los clásicos (clásico es una palabra que siempre me ha sonado a plúmbeo, a muerto, a tostón, a coñazo insufrible), sin embargo, Bolaño es un autor rabioso, casi me atrevería a decir que juvenil, descarado, ebrio, eléctrico, de una imaginación prodigiosa, torrencial y desbordante, creador de un universo personal de reglas construidas a fuerza de tesón y talento. Un agujero negro lleno de perdedores y detritus malditos, poetas descarriados y actores porno en decadencia, mujeres abandonadas y luchas improbables y realistas, asesinos y críticos literarios, sexualidad combativa y burbujeante, seres misteriosos, marginales e incomprensibles pero inevitablemente cercanos, personajes inéditos dotados de una magistral capacidad para la contradicción y la humanidad a flor de piel. Un corpus de trabajo, en fin, más perteneciente al imaginario del underground (de la poesía punk, la contracultura y el descalabro torrencial beat, de la ira intelectual y la reivindicación de las emociones más oscuras y profundas) que del clasicismo literario, aunque lo tiene, sin lugar a dudas. Sus novelitas (como ésta que ahora se publica) y sus relatos (recogidos en “Llamadas telefónicas” y “Putas asesinas”) son una perfecta muestra de ello. Harán las delicias de cualquier rebelde del corazón.
Bolaño es y era grande, incluso cuando es pequeño. Como en esta “Una novelita lumpen” en la que sigue siendo más grande que el resto. Es osado, vertiginoso, atrevido. Un prestidigitador del riesgo. Divertidísima, turbadora, por momentos casi camp, demencial, un cuento gótico lleno de alma e ingenio y misterio desasosegante, de incógnitas tremebundas y paseos por el filo más oscuro, un recorrido por la Italia más íntima y desvencijada con un puntito de desgarro a la David Lynch, de pasillos y estancias y habitaciones llenas de secretos y ausencias, de tonos y existencias opuestas e inadvertibles manejados con una maestría en un conjunto brutal. En definitiva, un cocktail original y poderosísimo, una nueva muestra del festín que encierran las páginas de uno de los incontestables maestros de la literatura contemporánea.
Alguien dijo una vez que siempre recordaba a Roberto Bolaño escribiendo, que no había una imagen recordada que no encerrase al escritor frente a la máquina de escribir. Otros hablaron de él como un perseguido político, un marginado cultural, un adicto al caballo… Parece que trabajó durante años en un camping a las afueras de Barcelona, esa ciudad que tan bien creó de la nada. De él se ha dicho de todo. La leyenda comenzó a tomar forma y no ha parado desde entonces. Y como todas las leyendas, la de Bolaño también se construyó (y se construye) de opiniones, chismes, ocurrencias, fechas, mentiras y aciertos. Pero lo único que permanece y permanecerá es su literatura.
Para muestra un botón. Os dejo con el comienzo de la novela, o novelita, lo que prefiráis. A ver si sois capaces de no seguir leyendo… “Ahora soy una madre y también una mujer casada, pero no hace mucho fui una delincuente…”. Lo que sigue es una delicia en tamaño compacto que esconde en su centro un reducto de grandeza imbatible. Como el recuerdo de Bolaño.